Torrolluala del Obico y Torruellola de la Plana

TREKKING I 14 km I 560 m+

Torrolluala del Obico y Torruellola de la Plana

UN SILENCIO DE MÁS DE MEDIO SIGLO

CON EL INVIERNO A PUNTO DE CONCLUIR Y LAS BANDADAS DE MILES DE GRULLAS SURCANDO EL CIELO RUMBO AL NORTE DE EUROPA, CAMINAMOS SIN PRISA PERO CON PAUSAS HASTA LOS PUEBLOS ABANDONADOS DE TORROLLUALA DEL OBICO Y TORRUELLOLA DE LA PLANA. ENTRE MUROS DE BOJ, PINEDAS Y BARRANCOS, EL SENDERO VIAJA RUMBO AL SILENCIO. LA 'ESPAÑA VACIADA', LA LLAMAN.

Texto y fotos: Sergio Fernández Tolosa & Amelia Herrero Becker

Habíamos visto el letrero al inicio del sendero en incontables ocasiones: Torrolluala del Obico 1 h 30'. Desde la bicicleta –ruta del Puerto del Serrablo y Las Bellostas–, sin dejar de dar pedales, allá en lo alto del Puerto del Serrablo, el pequeño cartel nos señalaba, sin saberlo, el camino a otro mundo, a otra era. Aquella en que los pueblos del Alto Alcanadre, tan o más aislados que ahora, estaban habitados por seres y familias autosuficientes que un día, hace ya más de medio siglo, decidieron partir para no volver. En los límites del Parque Natural de la Sierra y Cañones de Guara, hoy el mapa los cataloga como "despoblados", entre paréntesis.

EL PEQUEÑO CARTEL DE MADERA NOS SEÑALABA, SIN SABERLO, EL CAMINO A OTRO MUNDO, A OTRA ERA.

RECORRIDO

14 km

Itinerario lineal para visitar los pueblos abandonados de Torrolluala del Obico y Torruellola de la Plana, con inicio y final en el desvío a El Pueyo de Morcat y Las Bellostas de la carretera del Puerto del Serrablo.

DESNIVEL

560 m+

Aunque la ruta no acumula un gran desnivel y apenas presenta pendientes largas o muy fuertes, el perfil dibuja un sube y baja que no cesa ni un instante, por lo que se precisa una mínima forma física.

DIFICULTAD

2/5

Excepto el primer tramo, que es por una pista forestal un poco rota, el resto del itinerario se desarrolla por senderos y caminos de herradura de distinta naturaleza. Es imprescindible llevar calzado de monte.

ATRACTIVOS

☆ ☆ ☆

Caminar a través del silencioso, solitario y áspero relieve que la vegetación, salvaje y tenaz, va recuperando; pasear por antiguas calles y viajar en el tiempo, imaginando cómo se vivía en estos apartados lugares…

DE ESPALDAS AL MUNDO

Desde el cruce de Las Bellostas, en la carretera A-1604 que sube desde Boltaña, un camino ancho baja oblicuo a la carretera a través de un claro tapizado de erizones en el que asoman jóvenes árboles de boj. Frente a nosotros se abre un territorio vacío, abandonado, que permanece al margen, de espaldas al mundo.

El camino, amplio pero roto, se desliza hasta la Fuente de la Cofradía, que mana generosa, y sigue perdiendo altura a través de un denso y sombrío pinar de repoblación. Un arroyo de aguas transparentes que tributa al Isuala nos acompaña hasta el primer –y prácticamente único– cruce, donde nos desviamos a la derecha para enfilar un camino más estrecho.

Un pequeño collado marca el fin del pinar. Desde lo alto, avistamos el Barranco de San Juan y un poco más allá se vislumbran los vestigios de Torrolluala del Obico. A nuestro pies, medio enterrados, asoman los cables oxidados del arcaico tendido eléctrico. De los postes no queda rastro. El sendero desciende hasta el barranco, cruza el arroyo y vuelve a subir.

Poco antes de cumplirse la hora y cuarto de camino, topamos con la pista de tierra que baja desde la carretera de La Guarguera y continúa hacia Pardina Montalbán. Según el libro La montaña olvidada. Despoblados del alto Alcanadre, de Arturo González Rodríguez, este acceso data de mediados del siglo XX y fue obra de una empresa maderera que realizó en aquellos años una tala en la zona.

EN EL COLLADO, A NUESTROS PIES Y MEDIO ENTERRADOS, ASOMAN LOS CABLES OXIDADOS DEL ARCAICO TENDIDO ELÉCTRICO QUE TRAÍA LA LUZ DESDE EL MOLINO DE BOLTAÑA.

CUATRO CASAS Y UNA IGLESIA

Torrolluala del Obico era, lo que suele decir, un pueblo pequeño. Es decir, el típico pueblito de cuatro casas. Ni una más. Hoy están todas en ruinas, inaccesibles, con los tejados de losa hundidos y las vigas amontonadas en la planta baja, entre maleza, escombros, yesos pintados de azulete y viejos muebles aplastados.

Una sola calle, estrecha, forma una media luna de este a oeste, desde lo que fue la herrería hasta la iglesia. De camino encontramos un pozo medio sepultado por la vegetación y un horno de pan todavía visible al fondo del anexo de una casa también a punto de derrumbarse. Unos metros más allá nos asomamos con prudencia a un gran corral de dos plantas medio desmoronadas: la de abajo para los animales; la de arriba para almacenar el heno.

Sorteando cascotes, avanzamos bajo los pequeños balcones que cuelgan, no se sabe por cuánto tiempo más, de las enormes fachadas todavía medio enyesadas. Uno de los portales conserva la clave tallada con cuidados motivos vegetales, aunque el escudo que lucía encima ha sido arrancado.

Al final de la calle, ya a las afueras del pueblo, se alza la pequeña iglesia, semihundida, a la que no osamos entrar. Junto al sendero, un par de lápidas de mármol blanco indican las fechas de los que seguramente fueron los últimos sepelios en el pueblo.

DEL VACÍO Y MÁS ALLÁ

Si Torrolluala del Obico parece remoto, más lo es Torruellola de la Plana, al que todavía hoy sólo se puede acceder por camino de herradura, ya sea desde Matidero –1 h 30' al norte–, Pardina Montalbán –45' al sur–, Alastrué –1 h 15' al oeste– o Torrolluala del Obico –45' al este–. Está, pues, en mitad del vacío.

El camino desde Torrolluala, sin embargo, es realmente hermoso. Sin duda, el más bonito de la excursión, que disfrutaremos tanto a la ida como a la vuelta. Tal y como hacían los niños de Torrolluala para ir a la escuela.

Al llegar al segundo pueblo comprobamos que el tiempo no ha perdonado ni al campanario de la iglesia, ya medio derrumbado. Torruellola de la Plana es algo más grande, pero no mucho más. Ocho casas se alinean en dos calles que se cruzan formando una pequeña plaza donde se encuentra la escuela, cuya simétrica fachada, aún encalada, desentona sobre las demás, con sus ventanas gemelas.

EL CAMINO ES REALMENTE HERMOSO. LO DISFRUTAMOS TANTO A LA IDA COMO A LA VUELTA, TAL Y COMO HACÍAN LOS NIÑOS PARA IR A LA ESCUELA.

NAUFRAGIOS TIERRA ADENTRO

En los alrededores no faltan las bordas medio hundidas ni la típica caseta de la electricidad. Tratando de llegar a la iglesia nos encaminamos hacia el norte, donde languidece Casa Barcolino, la última en quedarse vacía. De ella llama la atención la inscripción del dintel –1905, fecha de la última reforma– y la verja de entrada al patio de mediodía.

De vuelta, reparamos en un amasijo de hierro oxidado volcado sobre una era. Resulta ser una pesada aventadora, seguramente una de las pocas máquinas modernas que conoció el pueblo. Mientras disfrutamos del picnic, nos preguntamos cómo llegó hasta aquí semejante armatoste.

En la iglesia, la bóveda se ha fundido con el suelo, pero en las jambas de la entrada se conservan unas curiosas tallas de cabezas. También hay una moldura en la que tallaron las letras "año" pero no llegaron a poner la fecha, aunque seguramente corresponda a finales del siglo XVI, pues en la zona hay otras portadas sospechosamente parecidas –como la de Latorrecilla– que data de ese período.

Durante el camino de vuelta, el escenario se repite. Andamos abstraídos, tratando de imaginar la vida en estos pueblos, mientras bandadas de miles de grullas vuelan sobre nuestras cabezas, migrando en formación. Un mantra nos acompaña: TO-RRO-LLUA-LA… TO-RRUE-LLO-LA… El trabalenguas, tras la excursión, cobra sentido.

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