Puerto del Serrablo por Torrolluala del Obico

GRAVEL / MTB I 65 km I 1.300 m+

Puerto del Serrablo y Las Bellostas por Torrolluala del Obico

MUNDOS PARALELOS

HAY DÍAS EN QUE LA EXCURSIÓN DE SIEMPRE TE PIDE UN RODEO EXTRA. UN BREVE CIRCUNLOQUIO PARA LLEGAR AL MISMO LUGAR, PERO ATRAVESANDO OTRO UNIVERSO. DESDE LA SOLITARIA CARRETERA DE LA GUARGUERA, UNA PISTA FORESTAL PERMITE ACERCARSE A ESCUCHAR LOS SILENCIOS Y LOS ECOS DE UN PUEBLO QUE SE DESPIDIÓ DE SUS ÚLTIMOS VECINOS HACE MÁS DE MEDIO SIGLO.

Texto y fotos: Sergio Fernández Tolosa

El circuito del Puerto del Serrablo y Las Bellostas, en los límites del Parque Natural de la Sierra y los Cañones de Guara, es una de esas joyas escondidas del cicloturismo backroads del Biello Sobrarbe. La ruta de hoy dibuja un trazado similar, pero toma algunos desvíos que la alejan transitoriamente del asfalto para visitar pequeños pueblos –algunos habitados, otros no– y sentir aún más profundamente la plácida soledad y el sosegado aislamiento en el que viven estos montes.

VISITAR UN DESHABITADO ES COMO ASOMAR LA CABEZA A UN AGUJERO NEGRO. NADIE SABE LO QUE HAY MÁS ALLÁ.

RECORRIDO

65 km

Itinerario circular que asciende desde Boltaña al Puerto del Serrablo, visita el deshabitado de Torrolluala del Obico y regresa por Las Bellostas, Castellazo, Santa María de Buil y Latorrecilla.

DESNIVEL

1.300 m+

El grueso de la ascensión se acumula en el Puerto del Serrablo, de 13 km, pero conviene guardar fuerzas para los repechos por caminos de los dos últimos tercios del recorrido.

DIFICULTAD

3/5

El trazado es muy ecléctico. Alterna sectores largos de asfalto secundario muy poco transitado con caminos –no senderos– en diferente estado. Pueden tener barro, piedras, agujeros, regueros…

ATRACTIVOS

☆ ☆ ☆

Asomarse a la cara oculta de La Guarguera, disfrutar de las vistas del Pirineo, visitar un pueblo deshabitado y otros donde aún hay vida mientras rodamos por el Biello Sobrarbe…

PUENTE AL PASADO

La ruta comienza en Boltaña, a orillas del río Ara, en las puertas del antiguo monasterio, el que a principios del siglo XX se convirtió en sanatorio de tuberculosos y hoy forma parte de una gran cadena hotelera. El cielo está azul, las hojas de los árboles cubren el asfalto y la temperatura del aire ronda el punto de congelación.

Tras las lluvias de estos días, el Ara ruge grisáceo bajo el puente moderno, construido en la década de 1970. Hasta entonces, una pasarela de cables y traviesas de madera cuyo esqueleto hoy se sostiene a duras penas, servía para cruzar el río a peatones y caballerías. “El coche había que dejarlo a este lado o ir por el camino de la Ermita de San Sebastián hasta el puente de La Gorga”, me cuenta una vecina de un pueblo cercano mientras rememora aventuras automovilísticas a bordo de su Citroën descapotable. Eran otros tiempos, sin duda.

CARRETERA DE LA GUARGUERA

Tomo precisamente ese camino, que pasa por detrás del hotel y surca el inclinado talud, regalándome una trepidante panorámica del río y el pueblo. Las piedras, la pendiente y el frío disparan el ritmo cardíaco, pero no logran que deje de imaginar a Purita, hace más de medio siglo, al volante por estos derroteros.

Una vez Boltaña queda atrás, la carretera de La Guarguera se adentra en un mundo aparte. A lo largo de 13 km se eleva, sinuosa, hasta el Puerto del Serrablo (1.291 m). Durante la ascensión pasamos junto a Campodarbe, donde hay fuente. También por el panorámico Mesón de Fuebla, en cuyo mirador hay que parar para admirar la postal del macizo del Monte Perdido.

Poco más allá aparece el desvío por camino asfaltado a Las Bellostas. Esta vez toca seguir subiendo hasta el collado y deslizarse por la otra vertiente hasta el cruce de la pista de Torrolluala del Obico. Según el libro La montaña olvidada. Despoblados del alto Alcanadre, de Arturo González Rodríguez, el acceso data de mediados del siglo XX y fue obra de una empresa maderera, aunque las manos que empuñaron los picos y las palas fueron locales. Hasta entonces, sólo se llegaba hasta aquí a pie o en montura.

BALCONES CON VISTAS

El camino se desliza a través del bosque y desemboca en el pequeño pueblo, que aparece de repente, amenazado por la maleza, condenado por el olvido. Son apenas cuatro casas alineadas en una única calle en la que se acumulan los escombros y las boñigas.

Los tejados descansan en la planta baja de las casas, entre paredes cimbreantes y fachadas que todavía lucen balcones, aunque ya nadie se puede asomar. También hay un pozo medio escondido entre las zarzas y un horno de pan. La iglesia se encuentra saliendo del pueblo, semihundida, en dirección a Torruellola de la Plana, el pueblo más cercano –a hora y media caminando–, donde estaba la escuela.

PUEBLOS CON VECINOS

La misma pista de Torrolluala del Obico continúa hacia la Pardina de Montalbán. Primero baja, después sube ligeramente, vuelve a bajar hasta que cruza el Isuala –o Balzed– y otra vez empieza a reptar, cuesta arriba, rumbo a Las Bellostas, alternando rampas hormigonadas con tramos más rotos.

Ya por asfalto, la ruta se escurre veloz en dirección a Sarsa de Surta, uno de esos pueblos que quedó vacío durante un tiempo, pero que resucitó en los años noventa. Me detengo un instante junto al puente de piedra del río Vero y las casas en ruinas del Barrio d'A Carretera, que quedaba apartado del Barrio d'O Lugar, hoy rehabilitado, situado alrededor de la iglesia, la escuela y el cementerio.

OCASO DE COLOR DE ROSA

Más allá de Paúles de Sarsa, frente a la Ermita de San Isidro y San Hipólito, nace un ramal que sube hasta El Coscollar. Aquí enlazo otro sector de caminos algo pedregosos que me lleva hasta el panorámico y disperso Castellazo, también habitado.

Con tal de evitar el asfalto en la medida de lo posible pero sin complicar el itinerario en exceso, frente al cementerio de Arcusa opto por tomar el viejo camino de Santa María de Buil, que rodea los Altos de Guarra y desemboca en Sarratillo.

Los últimos rayos sonrosan la Peña Montañesa cuando entro en Latorrecilla por el que fue su primer camino carretero. Ya sólo queda la luz justa para bajar a Boltaña por Guaso. Mientras, pienso que otro día, con más horas de sol, debería incluir unos cuantos senderos al periplo. Esos mismos senderos –es decir, caminos de herradura– que en tiempos conformaron la única red de comunicación entre estos pueblos.

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