Gran Vertical 2024

BIKEPACKING I 360 km I 6.700 m+

Gran Vertical 2024

CICLOS VITALES

MI ABUELA, QUE ES REFRANERA PRACTICANTE, SIEMPRE HA DICHO QUE “CUANDO MARZO MAYEA, MAYO MARCEA”. PERO, ¿Y SI FEBREREA? COMO TIENE RESPUESTAS PARA TODO, TOMA CARRERILLA Y LANZA UN FULMINANTE PRONÓSTICO: “MARZO, MARZADAS, AIRE FRÍO Y GRANIZADAS”. CON ESTE CATEGÓRICO PAREADO CLIMÁTICO PONGO RUMBO A AMPOSTA PARA TOMAR LA SALIDA DE LA GRAN VERTICAL 2024.

Texto y fotos: Sergio Fernández Tolosa

En su tercera edición, la Gran Vertical ha congregado a 70 ciclistas –las plazas se acabaron hace tiempo– de los que no se arrugan ante una eventual chaparrada. Todos venimos con ganas de disfrutar de un nuevo itinerario –y ya van tres en tres años– preparado por una organización muy celosa de sus creaciones. Esta vez daremos una amplia vuelta alrededor de Los Ports, surcando el Montsià, la Sierra de Tivissa, las sorprendentemente abruptas Terres de l’Ebre y el salvaje y adusto Matarranya. Cada cual a su ritmo. Cada cual con su filosofía de viaje. Unos con mountain bike. Otros con gravel. Unos han reservado alojamientos. Otros improvisan y cargan con el equipo de vivac.

Es 8 de marzo. Estamos en Amposta, a orillas de un Ebro creciente, a las puertas del fin de semana más crudo e inestable meteorológicamente hablando de los últimos meses. Todo parece indicar que el invierno va a dar sus coletazos finales.

POR FECHAS, DISTANCIAS Y ESPÍRITU, LA GRAN VERTICAL SE HA CONVERTIDO EN UNA CITA INSOSLAYABLE DEL CALENDARIO DE BREVETS OFF ROAD. EL MEJOR ACICATE PARA LLEGAR A LA PRIMAVERA EXULTANTE, COMO LOS ALMENDROS EN FLOR.

RECORRIDO

360 km

Con inicio y final en Amposta, el itinerario gira alrededor de Los Ports enlazando los llanos del Montsià con las montañas de Tivissa y los abruptos relieves de Terres de l'Ebre, el Matarranya y Los Ports.

DESNIVEL

6.700 m+

Queda bastante repartido durante todo el recorrido. Destaca la rompepiernas orografía de la zona central, con constantes y extenuantes subibajas, de esos que te dejan plano y sin piñones.

DIFICULTAD

4/5

Combina pistas y caminos con enlaces por carreteras secundarias. Hay sectores más descarnados, algún que otro tramo de senda ciclable y una breve trocha que obliga a caminar unos minutos.

ATRACTIVOS

☆ ☆ ☆

Rodar sin tregua por territorios salvajes, tejiendo paisajes y nuevas amistades, adentrarse en valles que parecen no tener puerta de atrás, fluir entre olivos centenarios y almendros en flor...

BUENOS DÍAS PARA LA LÍRICA

Frío, lluvia, barro y 360 km con tropemil metros de desnivel acumulado en régimen de autosuficiencia parecen ser los ingredientes principales para una receta épica. Pero mientras cruzamos el puente colgante del Ebro no suena el tema de ninguna serie de vikingos –afortunadamente– ni nada que se le parezca. Lo que flota en la atmósfera es, sencillamente, aire colmado de entusiasmo. Un murmullo de ruedas que rozan con el pavimento. Un runrún de voces amigas que comentan, saludan, bromean.

A la velocidad que permite la llanura del delta, el salitre y sus rectilíneos canales enseguida quedan atrás, igual que la playa del Arenal, en l'Ampolla, y el horizonte plano de la Punta del Fangar. Entre pinos y matas de romero florido, bajo mantos de nubes que toman mil formas, texturas y tonalidades, enfilamos las primeras cuestas rumbo a la Sierra de Tivissa.

Pese a las subidas, los primeros 50 km se evaporan en un abrir y cerrar de ojos. De repente, todo signo de contemporaneidad ha desaparecido, como si un genio de la prestidigitación hubiese chasqueado sus dedos cuando mirábamos, distraídos, hacia otra parte. La carreterilla se ha convertido en pista. La pista, en camino. Hemos salvado un collado. Y luego otro. Y una bajada descarnada nos ha puesto a los pies de la ermita de Sant Blai, donde los cipreses señalan al cielo, igual que nosotros.

EL TIEMPO Y EL ESPACIO

Más allá de Tivissa rodamos a placer, enlazando bajadas entre terruños plagados de tiernos cerezos y muros eternos de piedra seca. El sol, tímido, se abre paso entre las nubes sólo un instante, como quien se acerca a saludar, o a despedirse.

En Mora d’Ebre cruzamos de nuevo el río que dio nombre a Iberia y el perfil vuelve a alzar el vuelo, esta vez hacia la ermita de Sant Jeroni, donde nos reencontrarnos con los cipreses, esos obeliscos siempre vivos que apuntan a las estrellas y guían al viajero.

En el bosque, el suelo arcilloso y la lluvia caída estos días se adhieren a los neumáticos. Las bicis con poco paso de rueda se quedan clavadas. Las cuestas se nos antojan cada vez más pronunciadas.

NOCHES EN BLANCO

La oscuridad nos alcanza poco antes de iniciar la bajada hacia Fatarella. Estamos cerca de nuestro objetivo para esta noche –“en el tiempo o en el espacio”, puntualizarían en Airbag–, pero el track hace lo imposible por evitar la carretera y nos engatusa hacia un sendero que después enlaza cuatro barrancos consecutivos, de esos en los que el tiempo pasa infinitamente más rápido que los kilómetros.

Al llegar a Vilalba dels Arcs sólo pensamos en una cosa: cenar. Tenemos suerte y en el restaurante del hotel Nou Moderno hay buena gente, mesa y vituallas para reconfortar a tres ciclistas sudados, hambrientos e inevitablemente embarrados que aún no saben qué harán esta noche. Estamos en el km 110 de la ruta, exactamente donde habíamos planeado. "Mañana habría que llegar a Beceite, en el 245", acordamos tras analizar los recorridos, las variantes y los tiempos de paso.

Iván, que nos ha transformado en trío por ciertas desavenencias con su nuevo GPS –no le aparecen los tracks–, hace horas que pedalea junto a nosotros. Viaja ligerísimo, ultraminimalista. Ha traído un saco-sábana de seda y una toalla de esas grandes del Decathlon para echársela por encima. El termómetro marca 3ºC. Nosotros cargamos saco de plumas, esterilla hinchable, funda de vivac... Bajo el pórtico de la ermita de la Mare de Déu dels Dolors, rodeados de los cipreses vigilantes, dormimos como crisálidas.

PUEBLO A PUEBLO

De buena mañana, pedaleamos colina abajo con los carrillos apretados para sacudirnos el frío. El terreno es un auténtico rompepiernas, similar al de los últimos compases de la víspera. Baja un barranco, súbelo por la otra vertiente. Baja otro barranco…

A través de una fina lluvia llegamos a Batea, que nos recibe con sus calles porticadas, el mercadillo de los sábados y un bar en el que desayunar mientras nos mentalizamos de que habrá que ir “paso a paso, pueblo a pueblo…”.

El siguiente es Arens de Lledó. Allí se encuentra el primer atajo, el primer punto de corte. Hemos llegado de sobra, pero Iván, que tiene serios problemas cuando el barro es arcilloso, decide tomar el camino corto. Sergi y yo seguimos con el plan previsto.

DÍAS QUE VALEN POR MIL

Sobre la bici, las horas transcurren en arritmia constante. Ahora vuelan alto, ahora se arrastran... El cansancio acumulado dilata los silencios mientras las retinas se colmatan con la belleza de lo simple. Ríos que fluyen, ruinas en equilibrio, caminos que se abren a nuestro paso, pueblos que merecen mucho más que una rápida ojeada… Así visitamos Calaceite, Mazaleón, Valdeltormo, Valjunquera, Fórnoles, Ráfales… Para comer, unos pinchos de tortilla con croquetas caseras en la barra del animado bar de un pueblo de calles desiertas.

Entre medias, la ruta nos regala momentos irrepetibles, como el hikeabike obligado del barranco de Vall Rovira, la entretenida senda sobre roca viva antes de entrar en Calaceite por la ermita de la Misericordia y la travesía por la única calle del fantasmagórico despoblado de Mas Llaurador.

Después de un día sin apenas parar, con las últimas luces y el piloto de la reserva encendido, alcanzamos el santuario de la Virgen de la Fuente, a las afueras de Peñarroya de Tastavins. Es uno de los oasis cubiertos que habíamos valorado para guarecernos de noche en caso de mal tiempo. Pero si mañana queremos estar en Fredes antes de la hora de corte y así poder continuar por el recorrido largo, es preferible avanzar al menos hasta Beceite. Ello implica un par de horas más de bici que afrontamos con la agradable esperanza de conseguir una cena caliente.

GIRA QUE TE GIRA

Al amanecer, el termómetro marca 1ºC. Por suerte hemos venido preparados. El cuerpo todavía conserva el calor acumulado dentro del saco, pero las manos se enfrían rápidamente. Mientras recogemos el vivac, rebaño la lata de caballa que cargaba como ración de emergencia. Conviene aligerar: la subida hacia Los Ports acumula mil metros del tirón.

Pasamos buena parte de la mañana haciendo equilibrios en unas rampas que nunca me habían parecido tan duras como hoy. Las fuerzas no dan ni para jadear. Como mucho, un suspiro aislado.

El bosque nos engulle de un bocado y las paredes de roca del Estret de Marraixa nos hacen empequeñecer todavía más. Me siento como un husky abriendo huella en nieve honda, tirando de un pesado pero invisible trineo. Incluso paro a comprobar que ningún freno esté tocando el disco, pero para mi desconcertante desconsuelo, todo gira según lo establecido.

LA BELLEZA DE LO COTIDIANO

En el restaurante de la Colonia Europa aprovechamos para almorzar-comer. Por media hora podremos pasar el control y tirar por el bucle largo, en el que se suceden varios sectores de camino entretenido.

La ruta esquiva El Boixar por muy poco y continúa rumbo a Vallibona por una montaña rusa que nos estoquea con una ristra de afiladas puntillas. La recompensa llega al enlazar con el viejo camino de Castell de Cabres, que se escurre por el espectacular Barranco de la Gallera. Me encanta ver a los tres mountain bikers con los que nos hemos cruzado tantas veces estos días haciendo fotos, parando y disfrutando del paisaje. “Qué bonito, qué pasada…”, resuena en las paredes del cañón.

La sinuosa carretera de Vallibona a Rossell es una auténtica delicia. A través del bosque, bajo los acantilados, con el río Cérvol cada vez más abajo, la bici fluye, por fin. Avanzamos rápido, con una brisa favorable y fría, aunque no tanto como las nubes, que nos acaban atrapando y rociando con su valiosa mercancía. "Dos años sin llover y tenía que caer hoy", maldice Sergi.

LA FÓRMULA MÁGICA

Entre un chaparrón y otro cruzamos Rossell y, sin perder un instante, ponemos rumbo a La Sènia a través de un mar de olivos y algarrobos. Se acerca el final y, como suele ocurrir, surgen las prisas. Las ganas de llegar.

Cada vez que el camino se encrespa, confirmo mi sospecha: acabamos de entrar en la fase del “esto no hacía falta, ¡si Amposta está ahí!”. Es el cansancio de la recta final, pero también que Glòria, Jordi y Anna nos esperan en Amposta para comer una fideuá. A las tres de la tarde aún nos quedan 30 km. Es hora de aplicarse, de disfrutar del aquí y el ahora una vez más.

En Amposta todo brilla con otra luz. Una cerveza, caras conocidas, la satisfacción de haber realizado el recorrido completo... Atrás quedan tres jornadas de travesía en autosuficiencia impulsados por una imbatible mezcla de ilusión e incertidumbre. Tres días y dos noches de estrecha convivencia con el incombustible de Sergi, con quien ya he tenido la suerte de rodar en otras ocasiones, disfrutando de un territorio realmente hermoso en el que hemos pedaleando muchas otras veces, pero que siempre sorprende.

EPÍLOGO PRIMAVERAL

Una semana después, salgo en bici por primera vez (muy, pero que muy suavecito). Las grandes montañas siguen nevadas como pasteles de merengue tambaleante. Pero el sol, de repente, calienta. Ya no hace falta calzado de invierno –qué bien me fue en la Gran Vertical de este año–. Ni guantes. Ni encender la chimenea al llegar a casa.

En una semana, todo ha cambiado. Las abejas asedian al cerezo. Los milanos despliegan su acrobático vuelo de cortejo. El diente de león aguarda tembloroso que alguien lo sople y pida un deseo. La primavera está aquí y mi Straggler y yo ya pensamos en la CAT700. En junio hará diez años de la primera edición. Cómo vuela el tiempo y qué poco cambian algunas cosas...

“¿Hace calor, abuela?”. “Sí, ya lo dicen, que en febrero la sombra busca el perro; y en marzo, el perro y el am…”. “¿Qué decías del amor, abuela?”. “Del amor, nada, ¡el perro y el amo! Pero te digo otro con amor: en marzo, los almendros en flor y los mozos en amor”.

2 Responses

  1. Andrés
    | Responder

    ¡Buena crónica! He sentido la lluvia leyendo. Parece que las dos semanas de adelanto de este año se han notado.

    • conunparderuedas
      | Responder

      muchas gracias, Andrés, celebro que te haya gustado, al final a nosotros no nos llovió demasiado, la verdad, aunque algo de barro sí que degustamos, pero hacía tanta falta ese agua… que ¡¡¡bienvenida sea!!!
      un saludo!!!

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