VALLES SIN HORIZONTE

La ruta comienza en L’Hospitalet-près-l’Andorre, un pequeño pueblo de Ariège situado a escasos metros de la frontera franco-andorrana. A orillas del rugiente río que da nombre al departamento, la tranquila población palpita a su ritmo, alrededor de su central hidroeléctrica, su hotelito de fachada vintage, su estación de tren, su tiendecita-bar que abre poco y apenas tiene de nada... Todo ello encajonado, como con calzador, a los pies de altísimas montañas de amenazantes laderas.

Ni muy pronto ni muy tarde, pero entre una densa niebla matutina, empezamos a caminar hacia el “point de départ des randonnées”, también conocido como “parking de randonneurs Ste Suzanne”. Junto a una mesa de picnic, un vistoso cartel nos da la bienvenida a La Boucle des Lacs, nos señala dónde están los refugios e instruye sobre qué hacer en caso de tormenta o si un oso se cruza en nuestro camino. "Va bien saberlo".

La ruta pasa bajo el puente de la carretera y acto seguido empieza a trepar por un sendero modelado por infinitas piedras de granito. En poco tiempo, habremos ganado casi 500 metros de desnivel, la niebla empezará a dispersarse y llegaremos a una imprevista disyuntiva.

Justo antes de la cascada del Toro, las señales blancas y rojas del GRT se desvían hacia el fronterizo Coll dels Clots. Nada más tomar la bifurcación, nos extraña lo poco pisado que está el sendero, pero continuamos subiendo. Una vez en lo alto, ya con los pies en Andorra, las señales del GR y la senda misma se diluyen en el herbazal de la ladera.

Lo que no desaparece es la decepcionante visión de la carretera del Pas de la Casa. Algo desilusionados, nos sentamos en una piedra y echamos mano del mapa. “¿Y si regresamos hasta el desvío y nos adentramos en el macizo por el otro valle, que parece más bonito, y conectamos con el GRT en el refugio del SIscaró?”. Dicho y hecho.

UN PASO SOLITARIO

Valle arriba, el arroyo de Siscar nos guía hasta un primer embalse. El sendero continúa por su margen izquierdo hacia una zona de meandros plagada de flores de mil colores y vigilada por un pequeño refugio libre.

Al rato llegamos a un segundo lago más grande, que se extiende bajo el impresionante circo glaciar que coronan el Pic d'Escobes, su cilindro mellado y el Pic de Noé.

Aunque estamos a 2.000 metros de altura –y no bajaremos de esta cota en los próximos 30 km–, el sol hace rato que aprieta. A la sombra de un monolito medio desplomado, filtramos agua y echamos un vistazo a la minúscula cabaña construida sobre los restos de la vieja presa.

A partir del lago de Siscar, seguimos una huella marcada con hitos de piedras que nos aúpa hacia la Portella de Siscaró. El paso se encuentra a 2.533 metros de altitud, al final de un largo tobogán que alterna canchales y palas de hierba. Al otro lado, el viento es el rey. "¡¡Ahí va, la gorra!!".

Sin prisa, bajamos por el luminoso valle hasta los estanques de Siscaró. Las marmotas ladran contra las montañas. El viento se lleva las palabras y los ecos, pero no la belleza del lugar y del momento. Buscamos un lugar resguardado y cerca del agua para esperar a la puesta de sol.

ESTRELLAS EN EL CIELO

Tras una noche plácida y estrellada, recogemos el campamento y reemprendemos la marcha deslizándonos valle abajo. Poco más allá del refugio libre del Siscaró, recuperamos el trazado oficial del GRT. Empieza ahora un sector de senda entretenido y de lento avance que nos lleva hacia el río Juclà.

En paralelo, desde el fondo del valle sube otra senda, más pisada y concurrida, que se dirige hacia el refugio guardado de Juclà. “Buenos días, ¿habéis perdido un saco de dormir?”. “No, no es nuestro, pero muchas gracias”.

Entre caóticos bloques de granito, un misterioso monolito con forma de cruz se asoma al vacío. Una especie de altar y cinco cubos con nombres y apellidos miran al infinito en recuerdo a las víctimas del accidente de helicóptero ocurrido en junio de 2011.

PLAYA PIRENAICA

Más allá del desvío al refugio, la senda continúa circunvalando la montaña. Primero sube y luego baja. Ahora entre arbustos, ahora a través del bosque que crece en la umbría.

Al llegar al río Manegor, hacemos una parada antes de iniciar la subida al Port d’Incles –o de Fontargent–, que nos devolverá al lado francés. Mientras nos comemos una barrita de cereales, Chincheta se refresca.

El lago Fontargent se gana el título indiscutible de highlight de la jornada. “¡¡De la ruta!!”.

El viento riza la superficie azul intenso. Una pequeña playa de fina gravilla blanca invita a bañarse junto a un lecho de orquídeas silvestres.

Después del almuerzo y una agradable siesta, la travesía encara su sector más bucólico. El sendero avanza entre los paradisíacos lagos de Fontargent y luego desciende por terreno más técnico hasta el desvío al refugio de Rulhe. Allí mismo, un tentador lago de aguas traslúcidas se lleva dos gatos al agua. "¡¡Qué gusto!!".

El siguiente es el lago de l’Estagnol. Un pequeño y herboso claro entre los bloques graníticos se erige como lugar ideal para pasar el resto de la tarde y también la noche.

DE LAGO EN LAGO

El tercer día nos despiertan los pasos de un pescador que madruga más que las truchas. Desayunamos unas papillas de avena tranquilamente e iniciamos la ascensión a la Collada de Juclà y el Col de l'Alba.

Primero hay que superar una inclinada ladera que desde abajo parecía intratable, de esas descompuestas que te roban un paso por cada dos, pero que luego resulta ser un simple paseo, pues el sendero zigzaguea sobre un firme de bloques bien dispuestos. Eso sí, bajo unas imponentes paredes de roca.

Una vez en el lago Negre de Juclà, la senda flanquea mientras sigue trepando suavemente hasta la Collada de Juclà, mirador privilegiado de los lagos del mismo nombre que hay al otro lado del paso. El último esfuerzo implica superar un resalte rocoso sin dificultad y enseguida coronamos el ventiladísimo Col de l’Alba, a 2.545 metros sobre el nivel del mar.

Empieza ahora la larga bajada que nos llevará hasta el punto de partida enlazando un lago con otro –Alba, Quart, Pedorrers...–, a ratos por farragosos y caóticos pedregales, a ratos por amables senderos.

La jornada es larga en horas de luz, así que lo tomamos con calma, parando a comer y refrescarnos en el último lago. Pero el placer, ya se sabe, crea adicción. En el último arroyo volvemos a sumergirnos, una y otra vez. "La civilización puede esperar".