Grand Gravel Dos Reinos

BIKEPACKING I 190 km I 2.750 m+

Grand Gravel Cinco Villas - Merindad de Sangüesa

ENTRE DOS REINOS

DIARIO DE A BORDO DE UNO DE LOS VIAJES DE RECONOCIMIENTO DEL NUEVO ITINERARIO DE LA COLECCIÓN GRAND GRAVEL QUE VERÁ LA LUZ LA PRÓXIMA PRIMAVERA. UNA INVITACIÓN A DESCUBRIR UNA TIERRA DE FRONTERA POCO CONOCIDA, QUE ESCONDE INCONTABLES ASES Y SORPRENDENTES HALLAZGOS.

Texto y fotos: Sergio Fernández Tolosa

“He visto cosas que vosotros, gente, no creeríais”. Barcos de guerra y galeras pintados por un graffitero del siglo XVI en el muro de un templo gótico. Un acueducto romano perdido en mitad de la nada, que abasteció una ciudad sin nombre, enterrada durante cientos de años. Un pueblo deshabitado rodeado de murallas, colgado en lo más alto de una colina inaccesible, en cuyo cementerio yace un piloto de la RAF que cayó del cielo...

He soñado bajo una bóveda infinita colmada de constelaciones y planetas rutilantes, rajada por meteoros fugaces, aeronaves torpes y rutinarios cacharros orbitales. He sentido la fuerza antigravitatoria que te engulle y te expele hacia el vacío, más allá de la exosfera... "Es hora de viajar".

LA ICONOGRAFÍA DE LA PORTADA ES REVELADORA: COMBATES ENTRE HOMBRES Y BESTIAS, SENSUALES BAILARINAS CONTORSIONISTAS, FIERAS DEVORANDO CORDEROS... LA INDUSTRIA DEL MIEDO NO CADUCA.

SOS, EL DEL REY CATÓLICO

El día despierta en las retorcidas callejuelas del centro histórico de Sos. Un pueblo monumental per se al que ahora hace exactamente 100 años le añadieron la coletilla “del Rey Católico”. La muralla es más antigua. Conserva siete portales y recuerda aquellos tiempos en que esta villa, situada en lo alto de un espolón, fue lugar estratégico entre los reinos de Aragón y Navarra.

Sin rumbo, vago a merced del caprichoso entramado de callizos, esquivando escaleras, leyendo las tallas de los dinteles… Cuando es hora, salgo por el portal de Uncastillo y tomo el viejo camino. Más allá del puente del Barranco del Calderón, la maleza lo ha engullido. Retrocedo y enfilo la antigua carretera, solitaria y ajada, que se aleja de Sos en absoluto silencio.

CASTILLOS MILENARIOS

Tras coronar, me desvío por la panorámica pista del parque eólico que domina la Sierra de la Selva. Entre molinos gigantes, avisto el Pirineo y la Sierra de Santo Domingo, y me deslizo hacia el inexpugnable castillo de Sibirana, una de las muchas fortalezas que "el primer rey de Pamplona" mandó construir en el siglo X con tal de frenar la entrada de musulmanes y, de paso, bloquear la expansión del primitivo "Condado de Aragón".

La ruta continúa hacia el Pozo de Pigalo, que en otoño no invita tanto al baño, pero sí a escuchar el gorjeo del río. Antes de seguir hacia Luesia, cruzo el Arba y me acerco hasta el refugio libre del Corral del Curro.

El viaje continúa por la agradable carretera de Uncastillo, villa monumental, con seis iglesias románicas y un castillo, que merece algo más que una breve parada y un café con un viejo amigo. "Podrías haber bajado por la pista que crestea desde el Collado de Itorre", me advierte. "Tomo nota, aunque entonces habría incautos que ¡no entrarían en Uncastillo!". Y eso, sí que no.

EL PRECIO DEL MIEDO

Enlazando pistas y asfalto, pongo rumbo a Malpica de Arba. Poco más allá de la Fuente del Diablo, accedo al pueblo por la vieja carretera, que caracolea, casi perdida, bajo las fachadas de casas que parecen vacías. Lleno los bidones de agua en la fuente y continúo hacia Biota por caminos que comunican antiguos corrales en ruinas.

En el pueblo, en la iglesia de San Miguel, la iconografía de sus dos portadas es reveladora: combates entre hombres y bestias, sensuales bailarinas contorsionistas, juglares que tocan la flauta, fieras devorando corderos... Violencia, muerte, pecado... La industria del miedo no caduca.

A sólo 100 metros de aquí, las tortas de alma recién salidas del horno de Ana y Javier resultan tentadoramente deliciosas. "Camino al infierno, pasemos primero por el paraíso".

CIUDADES PERDIDAS

Saliendo de Biota, vadeo el río Arba y pedaleo por una pista ancha hasta un desvío que se dirige a un antiguo lagar. Desciendo por un camino, viro a la derecha y, de pronto, en mitad de la nada aparecen los pilares de un viejo acueducto. Erigidos hace 2.000 años, soportaban una tubería de plomo por la que fluía agua hasta una urbe que contó con termas, templos, zona comercial, viviendas de ricos y no tan ricos, foro, necrópolis... Una ciudad de la que hoy no sabemos ni el nombre.

Mientras paseo por sus calles, pienso en aquellos colonos, emprendedores, que apostaron por aquella urbanización junto a la calzada que unía Caesaraugusta y Bearn. Nihil est perpetuum.

El tiempo, el abandono y el expolio han pasado factura y cuesta imaginar el lujo de aquellas estancias, con suelos y paredes calefactados, piscinas de agua caliente y fría... Para ello, nada mejor que visionar las recreaciones en 3D del documental de TVE sobre las termas de Los Bañales.

En medio de esta nada, es fácil preguntarse: "¿Y de dónde llegaba el agua?". Aunque la ruta pasa por una "presa romana" señalizada, el experto en ingeniería romana Isaac Moreno Gallo sostiene que la traían desde la Fuente del Diablo, en Malpica de Arba.

HORIZONTES CERCANOS

El viaje prosigue hacia Layana –colosal torre medieval– y Sádaba –imponente castillo– pasando por el Mausoleo de los Atilios, también romano, y el Embalse de Valdelafuén. Ruedo junto al mesiánico Canal de las Bardenas y no logro quitarme de la cabeza a Charlton Heston en taparrabos gritando rabioso en una playa desierta en un planeta dominado por simios.

A través de las Bardenas de Sádaba, la ruta entra en Navarra y en una dimensión más horizontal. Una breve parada en la Laguna de Dos Reinos y retomo el pedaleo por la Cañada Real de los Roncaleses. Podría seguirla rumbo al norte y llegar directamente a Sofuentes, pero prefiero ir a buscar el cauce del río Aragón y acercarme a Gallipienzo Antiguo desde Murillo el Fruto.

Hay camino por ambas orillas, pero elijo el margen derecho para remontar el río hasta el puente románico. Subir a Gallipienzo Antiguo requiere buen esfuerzo, pero merece la pena para errar por sus calles imposibles, beber agua de la fuente que hay a la entrada y comprender porqué tantos vecinos siguieron al cura que propuso, hace medio siglo, trasladar el pueblo a orillas del río.

EL COMIENZO DEL FIN

La travesía entra en su ese final. Desde Cáseda, enfilo un camino que sube hasta la Ermita de San Zoilo, a estas horas ya cerrada. En su interior, un veterano de guerra garabateó hace siglos escenas de batallas entre veleros y galeras, guerreros con espadas curvas y cruces cristianas. Unos misteriosos graffiti que, según parece, ya tienen autoría confirmada: un tal Martín de Lubián que habría sido testigo de la batalla de la toma de Túnez, en 1535.

Por caminos y senderos señalizados como GR-1, voy ganando altura a través del bosque. La subida, cada vez más pendiente y rota, se dirige a Peña, un espectacular deshabitado, rodeado de murallas, emplazado en el lo más alto de la sierra. Ay, Charlton...

Subo al límite de mis neumáticos, mi plato pequeño y mi resuello. "Esta será la variante dura... Habrá que volver para encontrar el paso fácil hacia Sofuentes... O directamente hacia Sos... Aunque este vale la pena...", musito tomándome todas las pausas reglamentarias.

Al otro lado de la montaña, tras un entretenido descenso, recalo en Sofuentes. Desde aquí, un largo tramo de carretera antigua me lleva casi hasta el Puerto de Sos. Cruzo la vía moderna y me deslizo sin dudar por la pista forestal que desemboca directamente en la fábrica de chocolates Delfín Puente de Sos. Es hora de adquirir la ración diaria de soma.