Armenia – Norte & Centro

BIKEPACKING I 955 km I 18.700 m+

Armenia - Norte & Centro

CUANDO EL TIEMPO SE DETIENE

SEIS AÑOS DESPUÉS, VUELVO A VIAJAR POR ARMENIA, PERO SIN MOVERME DEL SILLÓN. DE LOS CONFINES DE EUROPA REGRESÉ CON UN DICCIONARIO DE BOLSILLO, UN CENTENAR DE FOTOGRAFÍAS, UN MAPA DE PAPEL SATINADO GARABATEADO, UNA LIBRETA CON NOMBRES Y DIRECCIONES Y LA SENSACIÓN DE QUE ALGO DE MÍ SE QUEDABA EN AQUELLAS MONTAÑAS A LAS QUE PENSÉ QUE ALGÚN DÍA VOLVERÍA.

Texto y fotos: Sergio Fernández Tolosa

Es 10 de septiembre de 2017. El sol inunda las anchas avenidas. Pedaleo cuesta arriba hacia las afueras de Ereván con la mirada puesta en el Aragats, la montaña más alta de esta pequeña república del Cáucaso.

Después de viajar durante una semana con Gor y Francis por el sur del país, he pasado unos días en la capital, alojado en casa de un amigo de un amigo que ahora es mi amigo. La intención era dibujar un itinerario cicloturista atractivo, que visitara lugares de interés y, al mismo tiempo, huyese de las rutas más pisadas. He preguntado aquí y allá, pero nadie me ha sabido confirmar algunas de las informaciones que buscaba. En Armenia, el cicloturismo –llámale bikepacking– es algo inaudito, un fenómeno paranormal. Nadie entiende que uno prefiera pedalear por lo más alto de los cerros, para luego bajar por la vertiente opuesta, cuando existe una carretera que los rodea.

CON EL HORIZONTE YA PÚRPURA, ME ACERCO MEDIO A TIENTAS A LA CABAÑA DE UNOS PASTORES. YA HAN CENADO, PERO ME OFRECEN UNOS DULCES Y COMPARTIR TECHO.

RECORRIDO

955 km

Itinerario circular por el norte y centro del país, con inicio y final en Ereván. Atraviesa el macizo de Aragats y conecta los lagos Arpi y Sevan por regiones remotas próximas a las fronteras.

DESNIVEL

18.700 m+

Armenia es un país muy montañoso. Además, la ruta trazada se decanta por las opciones más apartadas y solitarias, que suelen coincidir con los pasos más alpinos.

DIFICULTAD

3/5

Combina carreteras de toda clase y condición –pero esencialmente de las poco mantenidas–, pistas forestales, caminos y algunos sectores de huella 4x4 más técnicos.

ATRACTIVOS

☆ ☆ ☆

Los paisajes volcánicos del Aragats, la sensación de viajar en el tiempo, los monasterios perdidos, la rica gastronomía y, por encima de todo, la hospitalidad y humanidad armenias…

RUMBO AL ARAGATS

Salir a pedales de una capital no suele ser fácil, pero tras apenas media hora rodando por amplios arcenes estoy cruzando el viejo puente de Ashtarak, del siglo XVII. Cuenta la leyenda que en sus cimientos enterraron viva a una pobre niña huérfana y que por eso ha soportado las crecidas.

A diferencia de la autopista, que vuela sobre viaductos, la antigua carretera culebrea por los pueblos, sube y baja en cada valle. Es una contorsionista del paisaje.

Ya a los pies del Aragats, cerca del observatorio astronómico de Byurakan, en una pequeña tienda compro el almuerzo para encarar con garantías la larga ascensión hasta el lago Kari: en 30 km, 2.000 metros positivos.

A LA SOMBRA DEL ARARAT

La interminable lengua de asfalto no da tregua. A mi espalda, muy lejana, la silueta del Ararat yergue su cumbre nevada sobre un mar de nubes de polvo. A mi alrededor, las laderas áridas y desnudas del final del verano sólo dan pie a la meditación. Un pedal, otro más, y otro…

El empacho de metros positivos no tarda en llegar. En la famosa “colina magnética”, donde se supone que la fuerza de la gravedad actúa al revés, yo no noto nada extraño. Es todo subida. No hay ni un solo descanso.

Al llegar al lago Kari, a 3.200 metros de altitud, un miembro de un grupo excursionista de Ereván me ofrece unirme a ellos para la cena, que celebran al aire libre. Mañana van a subir al Aragats: unos a la cumbre norte, otros a la sur. Será su último entrenamiento antes de abordar la ascensión más soñada: el Ararat. La montaña sagrada, símbolo nacional de los armenios, aguarda al otro lado de la frontera.

Tan pronto se retira el último rayo de sol, la fría oscuridad de la noche se apodera del campamento. Bajo las estrellas, el fuego crepita medio asfixiado y brindamos mientras algunos de ellos entonan canciones que nunca he oído. Acabo durmiendo en una de sus tiendas.

CUMBRES COMPARTIDAS

A la mañana siguiente, mi Straggler se queda vigilando el campamento mientras los demás partimos sin prisa montaña arriba. El sol ilumina cada grieta, cada fisura y cada viejo cráter del extinto volcán. La cima norte y su cresta roja y quebradiza se siluetea contra el cielo azul cobalto. Nuestro grupo se queda en la cima sur, contemplando la escena, posando con la bandera tricolor junto a la cruz, quizá preguntándose porqué no han madrugado un poco más, como los que han ido hasta la punta más alta, al otro lado del profundo valle.

A mediodía me despido para retomar mi ruta prevista, que surca las desérticas estepas del suroeste del macizo. El camino se convierte muy pronto en una huella tímida y traqueteante. Las cubiertas lisas, las alforjas delanteras y la bolsa de manillar me obligan a bajar más despacio de lo deseable.

VIDA TRASHUMANTE

Con el horizonte ya púrpura, me acerco medio a tientas a la cabaña de unos pastores. Ya han cenado, pero me ofrecen unos dulces y compartir techo. Parecen cansados. Tienen ganas de volver a casa después de un largo verano aquí arriba, alejados de todo, cuidando el rebaño. Los mastines que me han ladrado en medio de la oscuridad ahora hacen guardia en la puerta.

Los días siguientes sigo rodando hacia el noroeste. Avanzo en paralelo a la frontera con Turquía, por carreteras en las que el asfalto parece más desgastado por el tiempo que por el paso de vehículos. También tomo atajos por pistas de tierra y voy dejando atrás monasterios milenarios que en la distancia parecen garitas de vigilancia.

Hago breves escalas en pequeños pueblos que atesoran monumentos excepcionales, como la antigua catedral de Talin, del siglo VII. En Gyumri, la segunda población más importante del país, me tomo un descanso. Como como un rey. Duermo a pierna suelta en un hotel.

A ORILLAS DEL ARPI

Al llegar al lago Arpi, busco el camino que lo circunvala por poniente. A ratos más evidente, a ratos menos, la huella me lleva entre la orilla y las montañas. En estas tierras, a 2.000 metros de altitud, cientos de miles de aves anidan en primavera. Hoy, sin embargo, en la “belleza del norte” reina un silencio que desalienta.

Paso por varios pueblos con las calles de tierra. No hay tiendas, ni restaurantes, ni negocio alguno. Al menos, aparentemente. Pregunto por algún lugar para dormir y nadie sabe nada. Y lo peor: tengo la extraña sensación de no ser bienvenido. De estar fuera de lugar.

Al pasar frente a un destartalado cuartel, el militar de guardia, desde lo alto del muro, me pide que me acerque. “¿Dónde vas a dormir? En el campo hay peligros: lobos, jabalíes… Quédate aquí, estamos preparando la cena”.

Son una docena de reclutas. Jóvenes. Abiertos. Bromistas. Están en un lugar perdido, en el vértice más alejado del país, aburridos y a la vez siempre alerta. “La frontera de Georgia está ahí. La de Turquía, ahí”. Bienvenido a la primera línea. Esta es la cruda realidad del realismo.

BAJO LAS ESTRELLAS

Uno pela patatas. Otro me muestra cuál será mi camastro. Me piden amistad por Facebook. Me preguntan por mi ruta. Casi todos son de Ereván.

Cuando llega el jeep del superior, ya de noche, se acaba la diversión. Las normas son estrictas y el extranjero debe dormir fuera del cuartel. Jamás olvidaré la mirada de mi anfitrión, al borde de la lágrima, al abrazarme, al poner en mi mano unos billetes para que pedalee hasta un hotel.

Contengo la emoción hasta el cruce de la carretera. Unos perros salen a correrme. Hace frío. Duermo –o lo intento durante horas– unos cientos de metros más allá, junto a dos lápidas que recuerdan a otros jóvenes convertidos en héroes en otro lugar remoto no tan lejano. El cielo está lleno de estrellas.

MONASTERIOS ESCONDIDOS

La travesía continúa con su rumbo previsto: primero hacia Step’Anavan y desde ahí hacia las montañas de Ijeván, en el noreste del país. Busco siempre las vías más solitarias y con frecuencia me aventuro por pistas de tierra. A veces son antiguas carreteras que perdieron el pavimento. Así llego a pueblos hoy prácticamente aislados en los que la caída de la URSS significó el principio del fin.

Con sigilo, el viaje entra en una nueva fase. Por el día pedaleo montaña arriba, montaña abajo, inmerso en mis pensamientos. Por la tarde busco un hotel, hostal o B&B en el que refugiarme. Alterno el rol del turista que visita monasterios y come en pequeños restaurantes, codo con codo con los camioneros que empinan el codo para todo, con el del viajero huraño que necesita cada día unas horas de respiro.

Día a día, el bosque se va apoderando del paisaje. Entre Ijeván y Berd, elijo un camino que se adentra en las montañas de Tavush y doy de bruces con las ruinas del monasterio de Shkhmurad, del siglo XII, hoy medio sepultado.

HOSPITALIDAD ARMENIA

Al entrar en Berd pregunto por un hotel, pero mi interlocutor me da indicaciones precisas para llegar a su casa. Tiene mi edad. Vive en lo alto de la colina, solo, en una vivienda de dos plantas que se cae a pedazos. Habla inglés perfectamente y durante la cena me cuenta la mitad de su vida. La otra, durante el desayuno. Todo el soliloquio conduce al presente. Para el futuro, aún hay tiempo.

Mi ruta se dirige ahora al lago Sevan. Una carretera de tierra me lleva a través de las montañas de Miapor, a pocos kilómetros de la frontera de Azerbaiyán. Por la tarde aterrizo en casa de Anna, que regenta un acogedor B&B en la vivienda de sus padres, en Chambarak.

EL GRAN AZUL

A la mañana siguiente, supero un collado y desciendo hasta el gran lago azul, el mar interior de Armenia, que a lo largo del último siglo ha visto bajar y subir el nivel del agua a capricho de los planes económicos de visionarios ilustres. Hoy, la carretera que lo circunvala corre más o menos alejada del agua, así que siempre que puedo me desvío por pistas de tierra que fluyen más cerca de la orilla. Tras tantos días de sube y baja, pedalear en llano resulta tan extraño como poder perder la vista en el lejano horizonte.

A última hora, después de visitar Vardenis y comprar algo de cena, regreso al lago para dormir entre los árboles de ribera. Un pescador me despierta al alba. Entre las nieblas, ata un bote neumático minúsculo sobre el sidecar de una vieja moto que no quiere arrancar. Sabe de sobra que hoy le tocará caminar, pero no pierde ni la calma ni la sonrisa. Le pregunto y posa amable con el botín.

RUTA CARAVANERA

La ascensión desde Martuni al Paso de Vardenyats me lleva hasta el Caravasar de Orbelián. A 2.410 metros sobre el nivel del mar, fue construido con bloques de basalto en 1332 para acomodar a los viajeros de la antigua Ruta de la Seda. Restaurado en época soviética, hoy es el mejor conservado del país y parada obligatoria para los automovilistas que rebasan el collado.

Al otro lado me espera un serpentino descenso de 1.400 metros negativos. Un viaje silencioso desde las altas estepas al fértil valle.

JOYAS MILENARIAS

El sector final de mi periplo por Armenia es una combinación de carreteras de cara B y visitas a monasterios de primera línea, como el de Noravank, construido en el siglo XIII en lo más profundo de un cañón. Visitar uno de los “big five” del país dista galaxia y media respecto a tropezar con las ruinas silentes que languidecen en otras regiones. Aquí el flujo de turistas –especialmente locales– es constante, pero me sorprendo a mi mismo feliz de ver jóvenes riendo, coqueteando, cuchicheando, empuñando frívolamente palos selfie.

La carretera principal hacia Ereván corre a poca distancia de la frontera occidental, que aquí separa Armenia de la República Autónoma de Najicheván, perteneciente a Azerbaiyán. Huyendo del tráfico, al llegar a Chiva me desvío por una pista de tierra que gana altura rápidamente a orillas del río Arpa. Corono el solitario paso y desciendo por un camino hasta el embalse de Zangakatur. De nuevo en la ruta de Ereván, voy tomando todos los tramos aún ciclables del viejo trazado de la carretera hasta el desvío de la H-10.

MUNDO INFINITO

La última noche del viaje quiero dormir bajo las estrellas. Para ello elijo el monasterio de St. Karapet, al que se llega por una pista polvorienta de 7 km. Frente a sus ruinas, extiendo mi esterilla e invento constelaciones hasta sucumbir a Morfeo. Dicen que para ver el infinito es preciso cerrar los ojos.

A la mañana siguiente, un largo descenso me conduce hasta Vedi. Es la misma carretera por la que subimos hace un mes Gor, Francis y yo. Era nuestro primer día pedaleando por Armenia. Hoy la hago al revés.

Observo el paisaje: fértiles campos junto al río, tractores de otro siglo, caballos, coches esquivando baches… Miro hacia delante, pero es como si lo hiciese hacia atrás. Algo ha cambiado. Yo es otro.

VOLVER AL INICIO

Tras el largo descenso, Ereván queda tentadoramente cerca. Sin embargo, fiel a mis principios, reúno fuerzas y viro rumbo al desierto que separa los valles del Vedi y el Azat. Quiero que la ruta sea redonda.

Cuando aterrizo en Garni, después de un sector más duro y lento de lo esperado, está a punto de anochecer. Esta pequeña, histórica y turística ciudad –con templo romano incluido– es el colofón a la ruta. Mañana sí estaré en Ereván.

Por la noche tomo mi libreta por última vez: “Armenia, el país de las mil fuentes que lloran a los muertos y calman la sed a los vivos; de los caminos que mueren en la puerta de monasterios que sólo conducen al cielo; de la gente que ha hecho que vuelva a sentirme viajero”.

MAPA & TRACK GPS

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GUÍA PRÁCTICA

→ DURACIÓN Itinerario perfecto para un viaje de 2 semanas.

→ ÉPOCA IDEAL El clima en Armenia es continental, con veranos calurosos y secos e inviernos fríos. El final de la primavera o principio del otoño son las mejores estaciones.

→ TERRENO La ruta es muy variada. Combina carreteras asfaltadas –evitando las principales siempre que es posible–, pistas de tierra, caminos y algunos sectores de huella poco marcada.

→ ORIENTACIÓN Yo compré un mapa de carreteras muy básico en Ereván, pero tracé gran parte del itinerario sobre ortofotos y mapas digitales (los disponibles en Wikiloc). El smartphone –con tarjeta SIM local– me ayudó a improvisar en múltiples ocasiones.

→ BICI IDEAL Para este viaje elegí mi Surly Straggler porque la idea inicial era rodar primordialmente por carretera. Sin embargo, una vez allí hubo que adaptar el itinerario. Seguramente habría ido mejor con la Surly Ogre –o, al menos, con un neumático más ancho y con más dibujo–, especialmente en el sector de campo través del Aragats.

→ EQUIPAJE Las alforjas delanteras siempre me han ido muy bien en rutas por asfalto o pistas buenas, pero en caminos más rotos o senderos estrechos no son la mejor opción, pues quitan visión y si se enganchan con una rama o roca puedes sufrir una caída. Algo similar ocurre con la bolsa de manillar, en la que llevaba la cámara de fotos.

→ AGUA En Armenia hay miles de fuentes. Se conocen como pulpulak y están por todas partes: a orillas del camino, junto a la carretera, a las afueras del pueblo... Muchas son erigidas en recuerdo de un familiar –con demasiada frecuencia, caído en la guerra–. La calidad del agua suele ser excelente.

→ COMER En las rutas principales es fácil encontrar pequeños restaurantes en los que se come muy bien. Para moverse por zonas aisladas conviene llevar alguna ración alimenticia de emergencia. En aldeas de montaña, aunque no veamos comercios abiertos, preguntar a algún vecino suele dar sus frutos.

→ DORMIR Yo alterné los B&B de familias en aldeas remotas –básicos pero muy agradables–, los hostales y hoteles en pueblos más grandes, algún camping en zonas más turísticas y el vivac.

→ ABRIGO En septiembre los días fueron calurosos y secos, pero las noches frías. Imprescindible buen saco para dormir a la intemperie (la altitud media del país ronda los 1.500 msnm).

→ PUNTO DE INICIO La ruta comienza y acaba en Ereván, la capital del país.

→ ENCANTARÁ… A viajeros sin prisas con ganas de explorar e interactuar.

→ CONTRAINDICADA PARA… Coleccionistas de destinos que sólo van donde "hay que ir al menos una vez en la vida".

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