Tuscany Trail 2016

								 by conunparderuedas

BIKEPACKING I 564 km I 12.113 m+

Tuscany Trail

PIZZAS EN REMOJO

CREMOSOS HELADOS. INIMITABLES PIZZAS. SUCULENTOS PLATOS DE PASTA. Y ESOS ROMÁNTICOS ATARDECERES, ENTRE VIÑAS, COPA DE VINO EN MANO, SOÑANDO DESPIERTO SOBRE LA DORADA CAMPIÑA... ¿EXISTE ACASO ALGO MÁS TENTADOR QUE UNA RUTA DE MÁS DE 500 KM EN RÉGIMEN DE AUTOSUFICIENCIA POR LA TOSCANA? NO, NO TRATES DE DESPERTAR. SIGUE PEDALEANDO, PORQUE ERES BIKEPACKER Y ESTO NO ES UN SUEÑO.

Texto y fotos: Sergio Fernández Tolosa & Amelia Herrero Becker

Ha llovido toda la noche, el cielo está gris y el ambiente es bastante más fresco de lo que habíamos soñado. Confusos, desorientados y excitados por igual, pedaleamos hacia la línea de salida. Massa está tomada por los charcos y por cientos de ciclistas que, vestidos de todos los colores imaginables, deambulan por sus calles, en busca de un café para tomar o para evacuar, cerrando el coche o apretando las cinchas de sus escuetos equipajes, que cuelgan del cuadro, del sillín, del manillar de la bicicleta. Porque somos bikepackers. Incluso los más previsores –y sin sentido del ridículo–, que lucen gorros de ducha sobre el casco. No nos importa que la plácida calma de este instante sea sólo un descanso entre chaparrones. Porque el agua es sólo agua. Y nosotros, los bikepackers, no somos de azúcar.

No nos asusta que las previsiones auguren lluvias generalizadas para los próximos cinco días. Porque somos bikepackers y nos gusta el contacto con la naturaleza, dormir al aire libre y fundirnos con los elementos. No nos amedrenta que precisamente durante la tan esperada cuenta atrás –dieci, nove, otto, sette…– la lluvia vuelva a arremeter, esta vez con mayor fuerza, transformando en pocos minutos las calles en ríos y las escaleras en cascadas. Porque somos bikepackers. Y cuando vemos que otro bikepacker, en un camino que se adivina asfaltado por el color de las aguas en las que navegamos contra la corriente, se abre paso valeroso y decidido por el margen derecho, para sumergirse y desaparecer en una zanja, empezamos a pensar que sí, que estamos algo locos. Pero es que somos bikepackers.

UNA BORRASCA DE LLUVIA Y FRÍO VA A BARRER EL CENTRO DE ITALIA DURANTE LAS PRÓXIMAS 48 HORAS. RECOMIENDAN NO SALIR DE CASA SALVO EN CASO DE EXTREMA NECESIDAD. POR SUERTE, EL ORGANIZADOR DE LA CARRERA TAMPOCO SE HA ENTERADO DEL PARTE.

RECORRIDO
564 km

El primer tercio de la ruta es montañoso y boscoso. El resto encaja más con la típica y bucólica estampa de la Toscana, con toboganes constantes. Muy variado en cuanto a tipos de caminos y firmes.

DESNIVEL
12.113 m+

Se acumula, sobre todo, en los primeros 200 km de travesía. A excepción de un sector intermedio entre Siena y la costa, que es más llano, el trazado es un sube y baja constante bastante rompepiernas.

DIFICULTAD
4/5

Ruta de claro espíritu biker, con algún sector más pistero. Sorprenden los porcentajes de las primeras ascensiones, casi imposibles. También algunos senderos de ese sector (al menos, con barro).

ATRACTIVOS
☆ ☆ ☆

Los bosques y montañas de los Alpes Apuanos, los pueblos amurallados, las joyas arquitectónicas de Florencia, Siena, San Gimignano, Sorano y Pitigliano, la pizza recién hecha, los helados, el humor de los italianos...

ALPES APUANOS, LAS MONTAÑAS INVISIBLES

Lo que no sabemos todavía –por suerte– es que los servicios meteorológicos regionales han  colgado primero el cartelito de "se avecinan lluvias torrenciales" y poco después el de "no salgan de casa si no es imprescindible", pues una borrasca de lluvia y frío va a barrer el centro de Italia durante las próximas 48 horas. Aparentemente, el organizador de la carrera tampoco se entera del parte, y salvo unos pocos que sí saben lo que realmente se nos avecina y se dan media vuelta antes de la primera cuesta, los restantes 500 inscritos empezamos a encaramarnos y retorcernos, en una mezcla de risa, dolor e impotencia, en las rampas imposibles de los Alpes Apuanos.

En menos de una hora, el cuerpo ya es una especie de esponja que no puede absorber más líquidos: sudor, lluvia, barro de distintas densidades… Todo es humedad alrededor. Las nubes lo cubren absolutamente todo. Del bosque sólo se adivinan los árboles más cercanos. Lo demás resta oculto y tenebroso, entre calígines, helechos y vahos.

Durante toda la mañana el track nos guía a ciegas por caminos, pistas y sendas realmente exigentes, tanto de subida, donde incluso el tercer plato a veces es insuficiente, como de bajada. En los singletrack, el barro y las raíces demandan atención, pericia y un punto de ventura. Se supone que los primeros 200 km son el sector más alpino y montañoso. "Qué lástima, no poder disfrutar del panorama…", reiteramos cada vez que la senda se empeña en cruzar un prado o flanquear una ladera por campo abierto. Parece que el telón de niebla no se abrirá hasta el siguiente acto.

La primera parada la hacemos hacia el km 50, en Fabbriche di Vallico, para reponer fuerzas en un alimentari: pan con mortadela. "El pan es de molde, lo siento, pero se me ha acabado el fresco. ¿Pero cuántos sois? ¿¡Quinientos!? Madre mía. ¡Podrían habernos avisado y al menos tendría pan!".

LA PRIMERA PARADA LA HACEMOS EN EL KM 50, EN FABBRICHE DI VERGEMOLI, PARA REPONER FUERZAS EN UN ALIMENTARI. DE MENÚ: PAN CON MORTADELA.

RENACIMIENTO EN FLORENCIA

Hacia el km 93 cae el primer plato de pasta. Es en un restaurante tomado por una docena larga de bikers, que se turnan para pedir más queso rallado en la barra del bar y calentar los guantes en el secamanos del baño. Pese al caos, se está bien aquí dentro.

Al otro lado de las ventanas empañadas aguarda la fría oscuridad. Es hora de encontrar un rincón donde echarnos a dormir a resguardo de la inclemente lluvia. Es el duro trance en que tú, con todo tu ser empapado, aun derrotado, preferirías subir mil metros más antes que bajar un solo kilómetro. Pero no hay vuelta atrás. Sólo puedes apretar los puños contra el manillar, tensar todos tus músculos, creando calor, oprimir la lengua contra el paladar, intentando no romper a temblar.

Finalmente vivaqueamos bajo el soportal de una pequeña ermita –Cappella Antonini– que encontramos a pie de ruta, en una zona boscosa, junto a una laguna envuelta en nieblas. Estamos de suerte, pues en las últimas dos horas no ha llovido y la ropa casi se ha secado, por lo que servirá de pijama.

A la mañana siguiente, tras un larguísimo y celebrado descenso, llegamos a Prato. Las pastillas de freno de la Karate Monkey de David son prehistoria. Las cambiamos en un santiamén y encaramos el primer sector llano de la travesía, que nos lleva a través de una zona urbana hasta orillas del Arno.

De tanto que la hemos soñado, la entrada en Florencia es poco menos que triunfal. Entre hordas de turistas, nos abrimos paso hasta la catedral de Santa Maria del Fiore –el Duomo–, para seguir con el tour hacia la monumental Piazza della Signoria, con el Palazzo Vecchio, la fuente de Neptuno, una reproducción del David de Miguel Ángel y una colección de estatuas de los Médici, entre las que destaca el Perseo de Cellini descabezando a Medusa.

Por el Ponte Vecchio volvemos a cruzar el Arno y el track nos guía hasta Piazzale Michelangelo, el mirador más excepcional de Florencia, desde el que nos despedimos de esta bella urbe cuna del Renacimiento que merece, sin duda, una visita más relajada.

ES HORA DE ENCONTRAR UN RINCÓN DONDE ECHARNOS A DORMIR A RESGUARDO DE LA INCLEMENTE LLUVIA. ES EL DURO TRANCE EN QUE TÚ, CON TODO TU SER EMPAPADO, AUN CANSADO, PREFERIRÍAS SUBIR MIL METROS MÁS ANTES QUE BAJAR UN SOLO KILÓMETRO.

MURALLAS MENTALES

Al salir de Florencia empieza un sube y baja infinito. La ruta nos lleva por caminos asfaltados de duras pendientes, esquivando carreteras, entre palacios, jardines, viñas y pueblos amurallados, saltando de un valle a otro, en dirección a no sabemos dónde. A estas alturas, la confusión con los nombres de pueblos está en su apogeo, básicamente porque todavía intentamos, inútilmente, memorizarlos. Aún no sabemos, ni nos podemos imaginar, que a estas horas el primer clasificado está a punto de cruzar la línea de meta de Capalbio, con un tiempo total de 36 horas.

Se acerca la segunda noche de carrera y la tentación de buscar un techo, una ducha y una cama con sábanas limpias se atrinchera en el sistema límbico de nuestros cerebros. No somos los únicos. Otros ciclistas con los que coincidimos en Impruneta tratan en vano de conseguir una habitación en los hoteles de los alrededores. Nosotros acabamos durmiendo un poco más allá, bajo el pórtico de la iglesia de Ferrone, con visita del sorprendido párroco a medianoche incluida.

El tercer día, el caprichoso track nos conduce por la vía más larga hasta San Gimignano, una fortaleza medieval que destaca sobre el horizonte, con sus catorce torres. Exasperados, las contamos desde todos los ángulos posibles mientras pedaleamos con la impotente sensación de avanzar –o no– en espiral. El Trío Lalala Surly Power sufre aquí su primera gran crisis. Estamos en el km 270. No llevamos ni la mitad.

POR LA VÍA FRANCÍGENA

Con el estómago entretenido, todo se vislumbra bajo otro prisma. La ruta pone ahora rumbo a Siena, por la Vía Francígena, casi siempre por caminos y pistas rurales y algún que otro tramo de entretenida senda. El cielo sigue cubierto, pero la lluvia, de momento, nos respeta.

El orden de prioridades del ciclista está claro: lo primero es comer. Por eso, nada más entrar en Siena, justo antes de llegar al centro histórico, paramos a calmar el apetito a base de arancini caseros en La Piccola Osteria da Santino, una pequeña bodega realmente auténtica.

Con el último atisbo de luz entramos en la céntrica Piazza del Campo, donde se celebra la espectacular y alocada carrera ecuestre del Palio di Siena. Un camarero nos ofrece cenar en la terraza de uno de los muchos restaurantes. Declinamos la oferta. Aunque acabamos de cenar, sentarse un rato resulta tentador. Pero el plan es seguir unas horas más, pues acabamos de superar la barrera de los 300 km, no llueve y es pronto incluso para nuestros fatigados cuerpos, que de pronto nos transmiten una agradable dosis de ánimo.

Durará poco. Diez minutos más tarde nos cobijamos en una marquesina de autobús de las afueras de Siena. "En cuanto pare de llover, arrancamos".

EL ORDEN DE PRIORIDADES DEL CICLISTA ESTÁ CLARO: LO PRIMERO ES COMER. LUEGO SOBREVIENE LA TENTACIÓN DE BUSCAR UN TECHO, UNA DUCHA Y UNA CAMA CON SÁBANAS LIMPIAS, QUE SE ATRINCHERA EN EL SISTEMA LÍMBICO DE TU CEREBRO.

SOL, RAYOS Y TRUENOS

Despertamos al alba, en el aparcamiento de un restaurante que, cuando llegamos anoche, ya había cerrado. Justo enfrente hay dos tiendas de camping en las que duermen otros dos participantes y un tercero ronca a pleno pulmón bajo una balumba de plásticos y telas.

Vivimos en una nube eterna, aunque en el sentido menos agradable de la expresión. Pero no llueve, así que somos felices rodando cuesta abajo, sintiendo la fresca brisa de la mañana.

La ruta nos lleva ahora por pistas de tierra blanca, las míticas strade bianche de la Toscana, por las que se desarrolla la marcha de bicicletas clásicas l'Eroica. El sube y baja se perpetúa a través de una alfombra de viñas infinitas que se amolda a esta orografía ondulada y caprichosa que no concede ni un minuto de descanso.

A primera hora cruzamos Buonconvento y poco más allá alcanzamos la monumental plaza de San Quirico d'Orcia, que se nos antoja un lugar fantástico para almorzar una inmensa focaccia de tomate y alcaparras sentados frente a su iglesia.

Hacia mediodía, el paisaje cambia por completo, brilla el sol y nos enfrentamos a la larga ascensión a Radicofani. A medio puerto, una fuerte tormenta eléctrica nos alcanza a traición. La pista se convierte en un río de aguas turbulentas y los relámpagos atruenan demasiado cerca de nuestros tímpanos. Calados otra vez, nos guarecemos un buen rato en una casa a medio terminar. Cuando la negra nube pasa de largo, David descubre que ha perdido el teléfono. "Ha sido en la subida, voy a buscarlo". Y lo encuentra sumergido en un charco. Milagrosamente funciona.

El resto de la tarde es tranquilo, pues al vivificante descenso de Radicofani le siguen sectores rodadores en los que devoramos kilómetros como auténticos campeones. Así entramos en la región del Tufo, prestos, entre cañones de roca volcánica, respirando un aire húmedo y fresco que nos abre, aún más, el apetito.

Al llegar a Sorano, la tentación se llama Il buongustaio. Una pizzeria en la que David consigue que le hagan una pizza a medida: sin queso y sin tomate, pero con patata y prosciutto. Al final caen dos pizzas por cabeza. Y de ahí, directos a la cama.

LA PISTA SE CONVIERTE EN UN RÍO DE AGUAS TURBULENTAS Y LOS RELÁMPAGOS ATRUENAN DEMASIADO CERCA DE NUESTROS TÍMPANOS.

SIN ATAJOS

Al día siguiente, partimos temprano de la casa de huéspedes que Antonio, el pizzaiolo, nos encontró a última hora. Después de cuatro días y tres noches a la intemperie, la ducha supo a gloria. Y también el colchón, aunque a David le tocó dormir en el lettino del niño.

Tras desayunar en el café del pueblo, seguimos pedaleando por un terreno similar al de ayer tarde. Enlazamos varias subidas y bajadas, casi todas por carretera, entre acantilados de toba volcánica.

En apenas una hora pasamos a los pies de la fortificada Pitigliano y, sin subir a verla, ponemos rumbo al mar. Bajo un agradable sol primaveral, somos todo optimismo, porque las fuerzas responden y, si nada se tuerce, sólo resta un último esfuerzo. "Es el día de meta. ¡¡¡Estamos tan cerca...!!!".

Pero de pronto, en un cruce, topamos con una perversa señal: según una ruta de cicloturismo local, a Capalbio sólo restan 19 km. "¿Cómo es posible? ¡El GPS indica que faltan 119 km!". Efectivamente, la Tuscany Trail plantea un rodeo sensacional. La tentación adquiere proporciones bíblicas: "Eva, ¿me das un bocadito de manzana?".

Ante la inminente moción de atajo, David, en un ataque de honestidad, aplaca cualquier argumento con una hábil maniobra cartográfica: "Se trata de otro Capalbio... el Capalbio in montagna... Y nosotros vamos a Capalbio sul mare".

HAPPY END

El camino de la derecha nos arroja, en completo silencio, hacia Albinia. Es el sector más aburrido y pesado de todo el itinerario, pues utiliza carreteras con tráfico y deriva hacia una zona marítima muy turística. Todo ello para poder comernos la guinda del pastel y cruzar la península del Monte Argentario. Pero eso aún no lo sabemos.

Más allá del último pueblo de costa, nos aguarda una sarta de caminos, pistas y sendas trialeras que nos arrancan las últimas energías. Los panoramas desde lo alto de los acantilados son hermosos, pero todos tenemos ganas de llegar. Demasiadas, quizá.

Al fin, tras sufrir dos pinchazos consecutivos y perder altura, entramos en un inmenso bosque costero en el que rodamos ya sin esfuerzo. Huele a meta.

Allí nos aguarda un bar en el que hacen unas pizzas excelentes –cómo no– y sirven unas cervezas bien frías. No somos los únicos que descansan, brindan y celebran. También están los chiflados que han hecho toda la carrera en singlespeed, los que durmieron con nosotros en el pórtico de la iglesia de Ferrone y otros tantos bikepackers que comentan la jugada –"el año pasado hubo más asfalto, este año ha sido mucho mejor" y ya fantasean con volver en 2017. Está claro. Somos bikepackers.

A la mañana siguiente, muchos de nosotros nos montamos en el tren, rumbo a Pisa, donde haremos escala para la famosa foto de rigor, simulando que soportamos el peso de la torre inclinada con nuestras Surly Ogre, y, por supuesto, comernos uno de los mejores helados de nuestras vidas. Porque esto es Italia. Y somos bikepackers.

BAJO UN AGRADABLE SOL PRIMAVERAL, SOMOS TODO OPTIMISMO, PORQUE LAS FUERZAS RESPONDEN Y, SI NADA SE TUERCE, SÓLO RESTA UN ÚLTIMO ESFUERZO.

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