Gavarres Girona Backroads

CICLOTURISMO BACKROADS I 120 km I 1.735 m+

Gavarres Girona Backroads

ANTES DE NUESTRA ERA

ESCAPADA CICLOTURISTA POR LAS CARRETERAS MÁS BUCÓLICAS DE LA SIERRA DE LES GAVARRES, ENTRE LA CIUDAD DE GIRONA Y LA COSTA BRAVA. UNA CITA SOLITARIA CON UNA VIEJA AMIGA, PERO ESTA VEZ PARANDO A VISITAR MONASTERIOS MILENARIOS Y PUEBLOS MEDIEVALES.

Texto y fotos: Sergio Fernández Tolosa

Girona se ha convertido en los últimos años en una "meca del ciclismo mundial". Cada temporada, miles de ciclistas procedentes de todas partes aterrizan en su aeropuerto porque Girona es "un destino en el que hay que pedalear al menos una vez en la vida".

La leyenda cuenta que todo empezó en 2001, cuando Lance Armstrong se instaló en la capital gerundense para entrenar lejos de los focos. Pero la verdad es que Girona y su entorno –sin la red de carreteras, pistas y caminos que la rodean, nadie negará que no habría tema– ya eran un verdadero paraíso para la práctica del ciclismo antes de que el siete veces exvencedor del Tour de France la pusiese en el mapa mundial.

ENTRE CAMPOS DE GIRASOLES, BAJO UN MANTO DE NUBES OPACAS, REGRESO HACIA LA COSTA POR LA GANGA, ESE PUERTECILLO QUE HOY ME SABE A APERITIVO Y A POSTRE.

  • RECORRIDO

    120 km

    Con inicio y final en el pueblo costero de Sant Antoni de Calonge, se superan los collados de La Ganga, Santa Pellaia, Montnegre, Els Àngels y, desde la otra vertiente, de nuevo La Ganga.

  • DESNIVEL

    1.735 m+

    Ascensión acumulada considerable, pero muy digerible. No hay grandes porcentajes y los puertos son relativamente cortos. Si se omite la subida a Montnegre, son 400 m+ menos.

  • DIFICULTAD

    2/5

    Predominan las carreteras sinuosas (atención a las bajadas de los puertos) y los caminos vecinales asfaltados. Sólo hay un tramo de 50 m sin pavimento, en los km 17 y 100.

  • ATRACTIVOS

    ☆ ☆ ☆

    Rodar por carreterillas con encanto, fluyendo entre encinares, saltando de un valle a otro, rellenando los bidones en las fuentes de pueblos medievales, acabar la ruta con un baño en el mar...

MURALLAS DE OTRO TIEMPO

Un día gris de final de verano, enfilo el viejo camino de Mas Eugeni –hoy asfaltado– entre Sant Antoni y Calonge. La pineda sigue ahí, pero vallada. La riera ha sido canalizada y el vadeo ha desaparecido. El aire pesa, húmedo. Al final de la nueva calle –con bici carril–, hay un polígono industrial, un supermercado y una bola de hierro gigante.

Cruzo Calonge sin parar y abordo el primer collado del día: La Ganga. Las piernas están frescas y la bici nueva responde. El trazado se mantiene estrecho, sinuoso, entre bosques de encinas corcheras y viejos pretiles que salvaguardan las curvas más cerradas. Alcanzo a un par de ciclistas, a todas luces forasteros. "¡Bon dia!". ¡"Hola!". La verdad, lo recordaba más duro. Apenas 3 km de rampas suaves –entre el 4 y el 6%– y ya estoy en el falso llano que precede a la cima.

Tras la bajada, antes de llegar a La Bisbal, me desvío por el camino de Cruïlles, también pavimentado salvo unos pocos metros en el vadeo del río Daró. Callejeo hasta su torre medieval, del siglo XII, esbelta y de color garbanzo, con su entrada a siete metros del suelo.

La ruta continúa hacia Sant Sadurní de l'Heura, pero pasando por el monasterio benedictino de Sant Miquel, del siglo XI. Ya en el pueblo, frente a la escalinata de la iglesia, un hombre vestido de ciclista me saluda deseoso de orientarme. "Estoy haciendo la misma ruta que cuando veraneaba aquí, hace ya 30 años...", le advierto. Se llama Joan. Me resume rápidamente parte de su vida, me desea un feliz reencuentro con los paisajes de mi primera juventud y se vuelve a La Bisbal, con su chaleco reflectante, su e-bike y su casco del revés.

CAMBIO DE PLANES

El segundo collado del día es más largo, pero igual de suave. De los 8 km de ascensión a Santa Pellaia, sólo un par gradúan entre el 4 y el 6%. El resto sube muy tendido, entre el 1 y el 2%. Quizá por eso, al coronar, ni paro.

Una vez en Cassà de la Selva, debería poner rumbo a Llagostera y regresar a Calonge por Romanyà. Esa era la ruta que solía hacer antaño. Sin embargo, me siento con ganas de alargar la excursión, repleto de energía y, sobre todo, curiosidad. Al llegar al cruce, pues, en vez de girar a la izquierda, viro a la derecha, dirección Girona, hacia Els Àngels, otro clásico de Les Gavarres al que casi nunca iba porque me parecía un lugar demasiado lejano.

Esa misma curiosidad, sazonada por el denso tráfico de la C-65 y el gustoso vicio de cambiar de planes en el último instante, hace que, llegando a Quart, abandone la ruidosa carretera y me desvíe hacia Sant Mateu de Montnegre para encarar el tercer puerto del día. Son 7 km de eses sinuosas y solitarias, con rampas suaves –3% de media y 7% de máxima pendiente– entre densos bosques de alcornoques, robles y pinos. Hay pocos ciclistas y aún menos coches. Es lo que tienen los cul-de-sac.

Donde termina el asfalto, comienza una pista que conduce a Sant Sadurní de l'Heura. Otra que va a Santa Pellaia. Y otra, a Els Àngels. Si la bici no fuese nueva, la habría cogido.

PELOTÓN DE QUERUBINES

De nuevo en la C-65, pedaleo más tranquilo hasta La Creueta. En una rotonda, anodina como todas las rotondas, arranca la mítica ascensión al Santuari de la Mare de Déu dels Àngels. Son 11 km al 4% de media, con algún breve tramo al 6 y 7% y varios descansos en los que me adelanta un pelotón de disciplinados e imberbes ciclistas procedentes de los Países Bajos.

A ambos lados de la serpentina de asfalto, entre los árboles, aparece y desaparece como por arte de magia el sendero que sube desde Girona. Els Àngels es lugar de peregrinación para sus habitantes desde hace más de cinco siglos. En lo alto del Puig Alt, a 480 metros de altitud, detrás del santuario se abre una panorámica que invita a seguir viajando.

PUEBLOS MEDIEVALES

En la bajada hacia Madremanya, mucho más pronunciada, me atrapa una tímida lluvia que apenas humedece el pavimento. Entro en el antiguo núcleo medieval para aprovisionarme de agua. El portal de la vieja muralla me guía por una calleja hasta la iglesia fortificada de Sant Esteve. Hoy, Madremanya es el típico pueblo de postal, con sus casas de piedra y solera, y un agradable aroma de rosaleda.

Desde Madremanya pongo rumbo a Monells –han construido un bici carril paralelo a la carretera– y Sant Sadurní de l'Heura, donde tomo el camino asfaltado que pasa por la iglesia de Sant Joan de Salelles. Entre campos de girasoles, bajo un manto de nubes opacas, regreso hacia la costa por La Ganga, ese puertecillo que hoy me sabe a aperitivo y a postre, en el que empecé a dar pedales hace ya unas cuantas primaveras.

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