UN VALLE ESPECTACULAR

La ruta a pie comienza en el aparcamiento de La Cleta, a 1.470 metros de altitud. Después de sortear la cancela metálica que impide el paso a los vehículos no autorizados, una pista pedregosa se abre paso a través del bosque siguiendo el margen derecho del río Estarrún.

Tras superar un tramo hormigonado de fortísima pendiente, el paisaje se abre y llegamos a la confluencia con el Igüer. El panorama es realmente espectacular: a un lado, los Mallos de Lecherín, que apuntan al cielo como la desgastada dentadura de una vieja calavera. Un poco más allá, los poderosos muros del Pico de Aspe (2.640 m), la cima más alta de la Sierra de Aísa. Al otro lado, sobre un resalte boscoso, asoma el refugio libre de Saleras.

El camino continúa en suave subida hacia el fondo del valle. Cruzamos el arroyo en un par de ocasiones y alcanzamos el Llano de Napazal. Un todoterreno blanco con tres grandes perros encaramados en la caja trasera se contonea por los pastizales. Las vacas pacen aquí y allá. El sonido de docenas de cencerros compone una densa y tintineante cantinela.

ESCALÓN DE ROCA

La primera parte de la excursión termina a los pies de una pared de roca caliza muy característica, una especie de escalón que separa dos pisos de un mismo valle. Mientras la observamos, devoramos el picnic a la sombra de unos pinos y consultamos el mapa para decidir hacia dónde tirar.

Al fondo se adivina el poste indicador de la ruta normal, que tuerce a la derecha, gana altura y regresa por el GR-11. Nosotros nos decantamos por la antigua ruta del Collado de Bozo, que supera el resalte rocoso por la izquierda, a través del Barranco Hondo, una canal de roca descarnada que nos conduce hasta el Rincón de Izagra.

En este valle glaciar colgado hubo un día un ibón, ahora colmatado. Junto a la planicie medio inundada, bajo las desgastadas paredes del circo, los caballos pastan entre colinas herbosas de las que aflora un vistoso suelo lapiaz.

CAMINAR SOBRE EL KARST

En medio del laberinto de karst, una oveja solitaria acaba de parir a un indefenso cordero. Más allá se adivinan numerosos sumideros semiocultos por los que desaparece el agua como por arte de magia, un dolmen y una cabaña de pastores.

La vuelta la hacemos por el GR-11, que nos regala una amplia panorámica del valle en toda su longitud. Casi sin perder altura, llegamos a un cruce de caminos que se convierte en un espléndido mirador de los Mallos de Lecherín.

Bajando hacia la derecha, enseguida llegamos al desvío que permite acceder a la surgencia El Chorrotal y pocos minutos después estamos de nuevo en la confluencia del Igüer y el Estarrún. Ya sólo queda bajar por la pista hasta La Cleta, no sin antes visitar las tentadoras pozas del Estarrún, que en esta época del año y entre semana, fluyen de lo más tranquilas.