Gran Vertical 2025

BIKEPACKING I 350 km I 6.700 m+

Gran Vertical '25

TODAS LAS MAÑANAS DEL MUNDO

DICEN QUE HAY COSAS QUE SÓLO OCURREN UNA VEZ EN LA VIDA. ES MENTIRA. NADA OCURRE UNA SEGUNDA VEZ. EN LA GRAN VERTICAL '25 VIAJAMOS POR LAS MONTAÑAS MÁS ALTAS DEL INTERIOR DE CASTELLÓN Y DE TERUEL PARA VIVIR UNA AVENTURA IRREPETIBLE E INTRANSFERIBLE, Y COMPROBAR, UNA VEZ MÁS, QUE TODAS LAS MAÑANAS DEL MUNDO SON UN VIAJE SIN RETORNO.

Texto: Sergio Fernández Tolosa / Fotos: Sergio Fernández Tolosa / Sergi Urpí / Carles Loré & Eliseu Climent (Gran Vertical)

Hay mil formas de viajar. Leer es la más fácil. Abres un libro y te sumerges en un mundo nuevo que, de repente, te pertenece. Una realidad que sólo existe en ese momento, tan palpable como tu propia existencia. Las palabras que nunca encontrarías para definir algo que sí eres capaz de sentir están ahí, perfectamente ordenadas. La otra manera de viajar más simple que existe es pedalear con lo puesto.

Quizá por eso nos apuntamos a brevets como la Gran Vertical. Para invocar al espíritu nómada. Para dar rienda suelta a nuestra naturaleza más atávica y experimentar esa vida itinerante e imprevisible que se extinguió con la revolución agrícola y la gran estafa de la civilización. Para explorar de sol a sol, respirando aire nuevo en cada bocanada, descubriendo parajes sorprendentes tras cada collado, calmando la sed en la fuente de la plaza de la iglesia, confiando en la pericia y la suerte para reavituallarnos en bares de pueblo en los que aún se juega al dominó, saciando el apetito a base de huevos con chorizo, torreznos y boquerones en vinagre, vagando a la luz de la luna en busca de un techo para superar la noche con la promesa de otro amanecer...

A LAS CINCO DE LA TARDE, EN MITAD DE LA PARTIDA DE DOMINÓ, LE PEDIMOS A LA COCINERA QUE NOS PREPARE UNOS HUEVOS FRITOS CON SALCHICHAS. 'TENDRÁ QUE SER TORTILLA', RESPONDE.

RECORRIDO

350 km

Con inicio y final en Segorbe, conecta por pistas, caminos y carreteras tranquilas las sierras de Javalambre y Gúdar, en Teruel, con las de Penyagolosa y Espadà, en Castellón.

DESNIVEL

6.700 m+

Importante ascensión acumulada, pero muy bien repartida, con dos pasos sobre los 2.000 m.s.m. –Javalambre y Peñarroya– y alguna encerrona breve pero severa en Espadà.

DIFICULTAD

3/5

Terreno variado y en general rodador, ideal para bicis tipo gravel con desarrollos cómodos, aunque hay algunos sectores más pedregosos en los que conviene ser prudentes y bajar el ritmo.

ATRACTIVOS

☆ ☆ ☆

Un itinerario muy logrado y equilibrado, con paisajes montañosos que cambian cada pocos kilómetros, pueblos pequeños en los que avituallarse, ambiente sano, tranquilo, no competitivo y cercano...

MÍSTICA SOBRE RUEDAS

Bueno, pensándolo bien, quizá me haya precipitado. Quizá haya ido demasiado lejos, imbuido por las tesis del historiador israelí Yuval Noah Harari, y haya presupuesto cosas que no son. Quizá haya exagerado, sugestionado por la prosa de Pascal Quignard y su historia sobre aquel músico que no aceptaba pupilos porque exhibían mucha técnica pero no daban muestras de tener alma.

Pero no, sólo me he dejado llevar por lo que sentí la mañana del domingo, cuando despertamos en mitad de un bosque de silencio, pedaleamos cuesta arriba, zigzagueando entre pinos gigantes, mientras una corza nos observaba inmóvil y el tiempo dejó de existir. Al otro lado del collado el horizonte flotaba sobre el mar y los primeros rayos del sol iluminaban la veteada pared sur del Penyagolosa.

Sí, pedalear con lo puesto también puede ser una experiencia extática. ¡Ay, Santa Teresa!

Bajando a una cota más terrenal, recuerdo las palabras de la alcaldesa de Segorbe, cortando la bandera en la puerta del ayuntamiento mientras confesaba en voz alta que ella jamás se apuntaría a tamaña aventura, pero que estaba muy feliz de vernos allí con nuestras bicicletas. Eran las 12 del mediodía del viernes. La Gran Vertical '25 empezaba oficialmente, con un nuevo itinerario y un nuevo escenario que nos había cautivado mucho antes de dar la primera pedalada.

PLANETA JAVALAMBRE

La primera tarde la pasamos rodando cuesta arriba, enfrascados en la típica y animada tertulia de los primeros kilómetros cuando hace tiempo que no ves a los amigos. Cualquier tema sirve con tal de no pensar en los nubarrones.

Como caracoles entusiastas, pedaleamos animados bajo un cielo plomizo que promete lluvia. Primero por el viejo trazado de un ferrocarril que debía ir hasta Santander, pero que jamás llegó a puerto, ni bueno ni malo. Nuestra ruta abandona pronto la vía verde y se encarama por derroteros más abruptos. El monte exhala tristeza cuando atravesamos el infierno de Bejís: 20.000 hectáreas arrasadas por el fuego hace tres veranos. No se puede negar, hay brotes verdes, pero el hollín, la ceniza y el cielo panzaburra domeñan un paisaje malherido que resuella en blanco y negro.

El color vuelve a nuestras vidas tras varias horas de chaparrón, cuando aparece un orgulloso arcoíris sobre las copas de los árboles más altos de Javalambre. Estamos a 2.000 metros de altura, empapados de montaña, pero el viento sopla favorable. Es cuestión de abrigarse y dejarse llevar por el vasto páramo mientras anochece y el cielo se llena de estrellas.

A la luz de la luna llegamos al avituallamiento sorpresa de Explora Cicles, un pequeño oasis de calor en mitad de la fría noche. Tras el largo descenso aterrizamos en La Puebla de Valverde. Hemos superado el primer escollo de la Gran Vertical 2025. Hemos podido cenar, entrado en calor y encontrado un lugar perfecto para descansar.

UNIVERSO GÚDAR

De buena mañana, no hace falta abrir la web de seguimiento en vivo de la organización para saber dónde desayunan el resto de participantes. Vemos sus bicis aparcadas frente a las cafeterías de los pueblos, junto a la carretera, en la calle principal, en la plaza. Cafés, bocadillos, bollos... Nosotros fondeamos en Mora de Rubielos, un pueblo monumental doblemente amurallado que aún dormita y merece algo más que una fugaz pausa para reponer fuerzas.

Ahora la Gran Vertical pone rumbo a la Sierra de Gúdar, en pleno Maestrazgo turolense, pero no por las vías principales. El firme roto del Collado de la Olmedilla nos devuelve a la realidad de una tierra agreste e indomable que calla. Masías en ruinas, parideras, muros de piedra seca que se derrumban y un anciano pastor que camina silencioso, hatillo al hombro, diez pasos por detrás de su menguado rebaño.

Al Peñarroya (2.028 m) accedemos desde Alcalá de la Selva. La carretera culebrea por la garganta del río, engastada en una vorágine de pliegues, sinclinales y anticlinales. Las casas tachonan la ladera soleada de la montaña. En lo más alto asoma la antigua fortaleza de origen árabe que le da nombre.

VACÍO EXISTENCIAL

Otro rápido y largo descenso nos sitúa en Valdelinares. En su término, de 55 km2, viven menos de 100 personas. Estamos en el municipio más alto del país, en el corazón de la España vaciada. Paramos lo justo para rellenar los bidones en la fuente que hay frente a la cambra, un edificio del siglo XV que hoy se usa para reuniones de vecinos y almacén, pero que hasta hace unas décadas se empleaba como cancha de frontón, deporte muy popular en la región que aquí se practicaba bajo techo, quizá para mitigar el frío del exterior.

La ruta nos lleva hasta Mosqueruela, otro de esos pueblos en los que se duerme con manta incluso en verano. Rodamos por la Cañada Real que comunicaba la Sierra de Gúdar con la Plana de Castellón. La ancha pista sube y baja entre pinares. En las cunetas, las excavadoras han dejado al aire cientos, miles de fósiles de caracolas marinas.

Después de comer y beber en la barra de un acogedor gastrobar –mil gracias por acogernos a deshoras–, la ruta enfila el Puerto de la Mosqueruela, donde la carretera hace poco perdió sus buenas formas. Al final de una larga recta, coronamos el paso de montaña y nos adentramos en el recóndito valle de La Estrella.

No estamos solos. Unos niños juegan en la calle, observados desde el umbral por los abuelos. Es sábado por la tarde. El sol ilumina la fachada de la iglesia. Nos tomamos un descanso. Rellenamos los bidones. Escuchamos el imperfecto pero precioso silencio. La Estrella respira.

ULTRAMICROCOSMOS

Pasamos la segunda noche acurrucados en el bosque de Sant Joan de Penyagolosa. En madrugadas así, el tiempo se acompasa con el canto de los autillos, esos búhos pequeñitos que nacen con metrónomo incorporado, y los corzos te despiertan al alba con su bronco ladrido gutural.

La víspera, el santuario acogía la llegada de una multitudinaria carrera pedestre. Durante un rato presenciamos absortos el colorido desfile de cojeras, lágrimas y emociones de todo tipo que detonan bajo el arco de meta en toda prueba de ultradistancia que se precie. Albergábamos en vano la esperanza de que alguien se apiadase de los dos ciclistas y nos alargase un plato de arroz, pero la gigantesca paella permaneció celosamente defendida, así que cenamos las barritas proteicas de emergencia y nos metimos en el saco de soñar.

Apenas unas horas después, al salir del pinar recibimos los primeros rayos de sol y la pared sur del Penyagolosa nos dedica su mejor sonrisa. Aunque es bajada, frenamos cada pocos metros para admirarla desde un nuevo ángulo, tratando de dilatar el instante, de atrapar la escurridiza belleza del amanecer.

Es entonces cuando comprendes que el cenit de nuestra Gran Vertical 2025 está aquí y ahora, y que cada cual lo encontrará en un lugar diferente. Quizá esa sea la diferencia entre una carrera deportiva y un viaje. En el viaje nadie sueña con la línea de meta.

Desayunamos dos pueblos más allá, sentados al lado de una cuadrilla de lugareños que garlan, beben, comen, ríen y fuman, todo a la vez. Las campanas llaman a misa. Es Domingo de Ramos.

Apuro la taza del segundo café ajeno al acallador campaneo. Tan, tan, tan, tan, tan... Mientras me pregunto si tiene algún sentido meditar sobre el porqué, el poso dibuja un infinito. Estamos de suerte. La Gran Vertical sí tiene alma.

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