CAT700 Backroads 2024

BIKEPACKING I 790 km I 12.000 m+

CAT700 Backroads 2024

CAMBIO DE ERA

DE LAS VERTICALES MONTAÑAS DEL PIRINEO, AL HORIZONTE PLANO DEL DELTA. ENTRE ESTAS DOS IMÁGENES APARENTEMENTE ANTAGÓNICAS, LA CAT700 BREVET BACKROADS NOS HA BRINDADO CASI 800 KM DE VIAJE A TRAVÉS DE UNA COLECCIÓN ANTOLÓGICA DE PAISAJES DE LOS QUE, SIN SIQUIERA HABERLO ADVERTIDO, YA FORMÁBAMOS PARTE.

Texto & Fotos: Sergio Fernández Tolosa

Hace dos meses que me bañé entre las largas olas del mar del Delta. Nunca había tardado tanto en escribir la crónica de una travesía. Tampoco en recuperarme. Hace dos meses que no toco la bicicleta salvo para ir a la compra y al gimnasio. Se dice rápido, pero dos meses son la sexta parte de un año.

En busca de motivación, empiezo a releer El ciclista de Tim Krabbé, esa obra maestra que relata en primerísima persona una carrera de aficionados que tuvo lugar hace 47 años en el sur de Francia. Un libro esencial sobre un evento intrascendente –al menos, para el lector–, que desde el primer párrafo permite entrar en la mente de un aspirante a vencedor: “Saco las herramientas del coche y monto la bicicleta. Desde las terrazas de los cafés, turistas y lugareños observan. No son corredores. El vacío de esas vidas me turba”.

EN SU DÉCIMA EDICIÓN, LA CAT700 BREVET MANTIENE INTACTA SU FILOSOFÍA ORIGINAL, UNA MANERA DE ENTENDER EL CICLISMO QUE ANTEPONE A CUALQUIER DATO ESTADÍSTICO ALGO TAN ÍNTIMO E INTRANSFERIBLE COMO EL VÍNCULO PERSONAL ENTRE EL CICLISTA Y EL TERRITORIO.

RECORRIDO

790 km

Enlaza carreteras con encanto –mayoritariamente secundarias y terciarias–, combinándolas con pistas y caminos pavimentados, y algún que otro breve tramo de 'sterrato'.

DESNIVEL

12.000 m+

Poca broma acerca de la ascensión acumulada. Escasean los sectores en los que se ruede en llano. El atracón de puertos, puertazos y puertecitos se extiende de principio a fin.

DIFICULTAD

3/5

Aunque se desarrolle por asfalto, es una ruta exigente y entretenida. Como siempre, todo dependerá del estado de forma y en cuántos días/noches la queramos completar.

ATRACTIVOS

☆ ☆ ☆

Pedalear desde el corazón del Pirineo hasta el Mediterráneo, descubrir pasos de montaña que nunca habías imaginado, meditar durante días haciendo lo que más te gusta…

CARÁCTER ÚNICO

Durante el briefing de la víspera a la gran partida, me sorprendo a mí mismo haciendo equilibrios sobre las patas traseras de la silla, igual que un ciclista esperando en el semáforo, dando media pedalada hacia delante, media hacia atrás. Eliseu habla de transiciones en el paisaje, de fuentes escondidas, de predicciones meteorológicas… Estamos en Les. Las aguas del Garona refrescan el aire a nuestras espaldas. “Esta mañana el termómetro marcaba 4º C”, me ha advertido el senyor Jesús, encargado del Hotel Europa, que este año ya tiene bien la rodilla, pero no la espalda. “Cosas de la edad”, sonríe.

A los incondicionales de la CAT700 Brevet hay algo que les inquieta más que las temperaturas de mañana. Esta será la última vez que se cruce Cataluña de norte a sur. “¿Qué será de la CAT?”, me han preguntado varios de ellos, preocupados, nada más bajar del autobús. Como si yo supiera más.

La CAT700 nació en 2015 y fue pionera por estas latitudes al plantear una travesía al más puro estilo del ciclismo de los orígenes: sin etapas y en régimen de autosuficiencia, aunque no competitiva y con las medidas de control y seguridad propias del siglo que nos ha tocado vivir. En estos diez años, han explorado todos los caminos habidos y por haber entre el Val d’Aran y el Delta del Ebro. Han variado los itinerarios en cada cita. Han creado las variantes Gravel y Backroads, que se han sumado a la Original. Y lo más difícil, han logrado mantener una filosofía que huye de los rankings que tanto triunfan porque prefieren promover entre los ciclistas la experiencia interactiva y consciente con el territorio.

Cualquier cambio, cualquier giro, provoca dudas y miedos. Pero los nervios se evaporan al poco rato, cuando Mònica Aguilera cede el micrófono a los participantes y la única pregunta que emerge de entre los presentes desencadena una carcajada general: “¿Ya se saben las fechas del año que viene?”. Acaba una era. Empezamos otra.

UNA RECETA FAMILIAR

Huesos de jamón y ternera, oreja de oveja, morro de cerdo, panceta, gallina, pollo, butifarra blanca, butifarra negra, pilota –carne picada de cerdo y vaca, huevo, miga de pan, pimienta, sal…–, rabo de buey, zanahorias, repollo, ajo, col, puerro, cebolla, apio, patata, alubias… La olla aranesa es un cocido que se elabora a fuego lento desde tiempos inmemoriales con lo que haya en la despensa. Anna, la mestressa del Europa, la prepara desde hace años y para los participantes de la CAT700 se ha convertido en un ritual.

Unas horas después, tras el obligado desayuno, partimos valle arriba. Unos por caminos y pistas, otros por asfalto. Hasta el siglo XIX, la única vía de comunicación que surcaba el valle era el arcaico Camin Reiau, sólo transitable a pie o en caballería.

La carretera sube junto al Garona, contracorriente. Se empezó a construir en la frontera y poco a poco fue avanzando hacia Vielha, como nosotros. Durante el primer tercio del siglo XX, Les aún era la puerta de entrada principal al único valle atlántico situado al sur de la frontera. Tenía su balneario, su hotel, sus minas… Los funcionarios y los primeros trabajadores de La Caixa accedían por aquí, en tren, vía Toulouse. Después se abrieron la carretera del Port de la Bonaigua –inaugurada por Alfonso XIII, en 1924– y el Túnel de Vielha, en 1948. En 1964 se creó la estación de esquí de Baqueira-Beret, auténtico motor de la economía aranesa desde 1964. El curso del caudal había cambiado. Quizá por eso el Baish Aran conserva buena parte de su esencia ancestral.

MEMORIA CRISTALINA

La ascensión al Port de la Bonaigua (2.072 m) es larga. Empieza en la propia Vielha. La carretera, amplia y moderna, esquiva pueblos casi invisibles rodeados de urbanizaciones.

La altitud lega otra perspectiva. Aire fino, silencios más largos y cumbres afiladas de perfiles nítidos. Pasé por aquí una mañana de junio de 1992, en mi primer viaje en bicicleta a lo largo de los Pirineos. Chispeaba. Recuerdo una carretera estrecha y ajada que caracoleaba a través de una gran nube fría.

Hoy el sol es justiciero. Cae a plomo cuando el track nos desvía hacia Borén, donde paro a estirar las piernas mientras observo, una vez más, la tosca fachada de la iglesia de Sant Martí. Ni un aliento en la calle. Ni un perro, ni un gato. Sólo coches aparcados.

El mediodía transcurre en solitario, rodando valle abajo, luchando contra un viento que siempre sopla de cara y agita las densas alamedas. La ruta alterna pistas y asfalto hasta Sort. Las aguas del Noguera Pallaresa y el tráfico me traen recuerdos de otras edades. Me siento afortunado y agradecido.

NUEVAS CANCIONES

El Port del Cantó (1.725 m) es el segundo gigante del día. Lo he subido en bicicleta en dos ocasiones, siempre por la otra vertiente. La última, hace 30 años. Siempre se me hizo eterno.

Hoy Eliseu nos descubre un acceso alternativo, silencioso y solitario, por la pista de Puiforniu. Cuesta arriba, en plena canícula, experimento ese placentero deleite de cuando escuchas por primera vez una canción oculta al final de un disco.

Pero no estamos al final de nada. Al contrario. Esto es sólo el principio de un largo rodeo. En vez de seguir el curso natural del agua hacia el desfiladero de Collegats, vamos a saltar al valle contiguo, el del Segre; y después tampoco tomaremos el camino más corto para atravesar el Prepirineo por la angostura de Tres Ponts. Iremos por las montañas. Total, para acabar volviendo a este mismo valle, el del Noguera Pallaresa.

El calor y la fatiga incipiente son malos compañeros de escapada, especialmente a la hora de la siesta. "¿Para qué?". "Para nada".

SOÑAR CON HAMACAS

Sobre la bicicleta, cualquier pensamiento, cualquier esbozo de reflexión, te parece una idea brillante. Pero en esos momentos de crisis cuesta recomponer los aforismos de Byung-Chul Han, el gran defensor de la inactividad. "¿Qué era aquello del 'hacemos, pero para nada'? ¿la libertad...? ¿la fórmula de la felicidad?". El cerebro se rinde y cuelga el cartel de "Cerrado". Se conforma con el escueto "I would prefer not to..." del incomprendido y visionario Bartleby de Melville.

El cuerpo, por su parte, sigue pedaleando, despacito. "Sufrir es un arte".

Despertamos al volver a la carretera, a la altura de Soriguera. Otra vez los coches, las motos. Me siento como un preso en plena evasión, cuando saca la cabeza al final del túnel y ha de confundirse entre la multitud. Es viernes por la tarde. Somos tráfico.

En La Seu d’Urgell, el jaleo del fin de semana en ciernes invita a cruzar el Segre y continuar pedaleando por la bucólica carreterilla del Coll de La Trava (1.480 m). Lo corono con las últimas luces y el tiempo justo para colgar la hamaca entre dos pinos. Sopla una brisa agradable. Ha sido una larga jornada. Mañana empezaré en bajada.

LA HORA DEL CAFÉ

La carretera es mía (y de las mías). Estrecha. Sinuosa. Vacía.

Me lavo la cara en la fuente de Adraén. Todos duermen. El aire fresco ayuda a despertarse. Me apetece un café. Relleno el bidón. Bebo. Mastico un puñado de nueces.

Los descensos pasan rápido. Las subidas, muy lentas. Al llegar al fondo del valle, toca volver a ascender hasta el Coll d’Arnat. Nunca había pasado por aquí. Ni tan siquiera el coche espía de Google Maps ha pasado por aquí. “Esas fotografías mienten”.

De nuevo a orillas del Segre, esquivo el túnel y me cuelo en la vieja carretera, la que va junto al río y pasa junto a los Tres Ponts, pero ni intento buscarlos. Tengo hambre. Y quiero un café.

Lo encuentro en Organyà, en un bar-restaurant de toda la vida, esquinero, con su diario manoseado, su televisor con las noticias, su tragaperras y los comensales que saben lo que hay que pedir. Miro de reojo a la mesa vecina: callos y botella de tinto. “Un café amb llet i un entrepà de llom”. “Amb tomàquet?”. Estoy salvado.

EL RITMO PERFECTO

Las paradas gastronómicas surten efecto. Uno recuerda lo terapéutico que resulta esperar. Dejar que el tiempo pase, sentado, sin poder hacer nada que no sea esperar.

Al otro lado del río, una pequeña carretera sube hasta Fígols. Tengo los bidones llenos, pero me detengo en la fuente, junto a la iglesia de Sant Víctor. El templo románico domina la ribera del Segre. En la orilla opuesta aguarda Coll de Nargó.

Una parada llama a otra. Nunca me había fijado en la extraña forma del campanario de la iglesia de Sant Climent de Coll de Nargó, también románica. Tampoco me había parecido tan interesante la técnica constructiva de los rais, las balsas de troncos con las que se transportaba la madera río abajo cuando no había carreteras, ni camiones y los ríos fluían libres hasta la desembocadura del Ebro. Estoy a un tris de visitar el museo que hay en el centro del pueblo dedicado exclusivamente al recuerdo de este oficio.

La alternativa es la carretera del Coll de Boixols, en la que me cruzo con más ciclistas que coches mientras trato de sacudirme la pegadiza melodía de turno. Para ello imagino cómo debía de ser la vida de los raiers: ¿Cuántas bajadas harían al año?, ¿cuántos días tardaban en llegar al puerto de Tortosa?, ¿cómo volvían a casa, si no había carreteras…?. Sólo sé que la última vez que bajaron por el Segre fue en 1932. Después, tuvieron que reinventarse. La historia de siempre. Y la canción vuelve.

CALOR, CALOR...

El mediodía en Tremp es abrasador. El sol flamea el asfalto. Como algo ligero en una sombra, en la calle, lleno los bidones y, no sé cómo, retomo la marcha. Me gustaría llegar hoy a Àger.

Paso la sobremesa enlazando caminos asfaltados que culebrean entre pequeños campos ganados al monte a golpe de arado. Pueblos minúsculos, granjas aisladas… Imagino el paisaje a vista de pájaro: es una especie de almazuela arrugada, tiesa y reseca, compuesta por parches de distintos tamaños, formas y colores.

La ruta pasa a los pies de las murallas del castillo de Mur. Mur. Curioso nombre. Tengo la sensación de llevar infinitas horas subiendo, y aún debo superar el último murallón prepirenaico. Igual que en la primera edición de la CAT700, vamos a salvar el Montsec por el Coll d’Ares (1.531 m).

Los recuerdos acuden tamizados por los años. Brotan entre los bojes, las curvas de herradura y los descansillos para reasentar el culo. Y se diluyen cerca de la cima, en la postal del Pirineo, que se yergue, brumoso, sobre el horizonte. “Ayer por la mañana estaba allí”.

Me gustan los puertos largos. Tras el vertiginoso descenso, en Àger aprovecho la inercia para no detenerme. Me apetece seguir. El Pirineo y el Prepirineo han quedado atrás. Es la mejor hora para encarar el sector más monótono y llano del recorrido.

LOS RECUERDOS ACUDEN TAMIZADOS POR LOS AÑOS. BROTAN ENTRE LOS BOJES, LAS CURVAS DE HERRADURA Y LOS DESCANSILLOS PARA REASENTAR EL CULO.

ABRAZAR LA NOCHE

Las rampas del Port d’Àger se me atragantan. A 8 km/h, el arcén es flema pura. El peor compañero de viaje. Aturullado, me empleo a fondo para no pensar en nada, pero las curvas de la antigua carretera, convertidas en vías muertas, borradas del mapa, hacen mucha pupa.

Al coronar, me como una barrita, enciendo el foco y empiezo a bajar otra vez. El sol acaba de acostarse tras la repentina planicie del horizonte. No presto atención a la escena. Sólo pretendo avanzar lo más rápido posible para llegar lo más lejos posible antes de que las sombras se difuminen del todo.

En bajada, por fin siento que la bici flota sobre el asfalto. Se desliza ágil, empujada por la fuerza de la gravedad, indiferente a la suave brisa que acompaña al ocaso. Todo va como la seda, pero de repente cruzas el verdadero umbral entre el día y la noche. La frontera no es el crepúsculo. Es cuando las farolas del pueblo quedan atrás y te enfrentas a un frío extraño, terriblemente oscuro y mezquino, que te cala bajo la chaqueta y te provoca temblequera. “Abrazar la noche. Qué metáfora tan inexacta”.

Aprietas la mandíbula, los glúteos y todos los músculos que controlas desde las falanges hasta el cogote. Presionas la lengua contra el paladar, pero no hay vuelta atrás. La noche es una anaconda. Se ha apoderado de ti.

Empieza entonces una especie de destierro. De un pueblo a otro, pedaleando contra el frío y el sueño. Ahora por carreterillas, ahora por caminos. Un exilio solitario y absurdo en el que que rara vez no estás a punto de entrar en un hotel a preguntar si queda alguna habitación libre. En el que todos los cajeros automáticos de los pueblos medios grandes te parecen acogedores.

Linyola, Ivars d’Urgell, Bellpuig… Calles desiertas, siniestras fábricas de carne, polígonos industriales, portales de iglesias, parques urbanos con zona infantil y suelo de caucho…

La peregrinación del derrotado noctívago termina de madrugada, entre dos amables olivos, en un campo de los alrededores de Els Omells de na Gaià. Estoy feliz, a los pies de las Muntanyes de Prades y el Montsant.

EL CICLO DEL AGUA

Cuando llego a l’Espluga de Francolí es demasiado temprano. A falta de bares a la vista, desayuno las últimas dos barritas que arrastro desde que salí de casa. Son las mejores barritas que he comido nunca.

Antes de iniciar la ascensión a Prades, la ruta contornea los muros del monasterio de Poblet. En la fuente del Abat Siscar, de la cabeza de un dragón mana agua ferruginosa. Doy un sorbo tímido y hago la misma foto que hago cada vez que paso por aquí desde hace 25 años. El sol relumbra entre las hojas de los plátanos.

Es domingo. Me siento ligero. Ni lento, ni rápido. Sobre el tupido tapete de viñas asoma el castillo de Riudabella. Más allá, la carretera repta con alegría. Supero a algunos ciclistas, me adelantan otros. El agua del bidón con sales me sabe a champagne francés.

En Prades, la fuente de la Plaça Major no mana por ninguno de sus cuatro caños. Es domingo. Las terrazas bullen. En la panadería, una señora quiere entrar con los carlinos. Acceso denegado. El mostrador es una fiesta para los sentidos. Me agencio una coca de recapte con verduras y longaniza. La mastico sin prisa, a pequeños bocados, sentado en un banco de espaldas a los soportales y al bullicio. Me acuerdo del libro de Krabbé.

Es el tercer día. Pedaleo hacia Albarca, Cornudella, Porrera… La carretera se transforma en una montaña rusa que da tumbos entre viñas heroicas. Luego, no sé exactamente cuándo, apagón. La mente se desactiva. El cuerpo va por libre.

Sólo despierto al reconocer un lugar. Estos almendros… Estos cerezos… Esta casa de aperos… ¡Estas cerezas! Un poco más allá me cruzo con Dani, que está haciendo la versión gravel y se dirige hacia la Serra de Tivissa. Acaba de robar y zamparse dos melocotones. Está eufórico. Hoy llega al Delta. La Backroads se dispone a cruzar el Ebro en Móra.

El Ebro. Qué ancho. Qué calmo. Me pregunto cuánto tarda una molécula de agua en llegar desde el Pirineo hasta el mar. Iluso de mí, en un primer cálculo obvio el limbo de los pantanos. No es un viaje. Es una diáspora. El piloto automático funciona. El cerebro ratifica que en la Cataluña no turística hay más pueblos sin bar que sin peluquería. Son las reglas del mercado.

HUELLAS IMBORRABLES

Anoche sucumbimos a la tentación. Yo como instigador y Marc como aliado. “Tengo una habitación doble a 50 metros de aquí. ¿Le digo que somos dos?”. Le encontré porque había dejado su bici apoyada en la puerta de un bar del centro histórico de Vallderoures. Ahora trata de recuperarla, pero la despensa del hotel está cerrada con llave y ha saltado la alarma. Yo me entrego al arte de gandulear en la cama hasta la hora del desayuno. Ahora llega la Guardia Civil. También el dueño del hotel. Buscan la llave de la despensa en vano. Hemos podido ducharnos, lavar la muda y dormir siete horas. Finalmente, Marc recupera la bici y se va. Yo desayuno poco después. Lo mío y lo suyo.

Es el cuarto día. Las piernas van de aquella manera, pero van. La ruta nos descubre el país agreste del Matarraña, alternando carreteras secundarias con caminos de asfalto cuarteado como el que fluye junto a las tentadoras pozas del río Tastavins, entre pinos retorcidos, monolitos rodantes y ruinas de masías abandonadas y molinos irreconocibles. No entiendo por qué no me detengo y me doy un baño en esas aguas turquesas. No entiendo por qué no paro de pedalear. Tengo todo el día de hoy –y de mañana– para llegar a la desembocadura del Ebro. Me cuesta asumir que esta vez mi ego empuja con fuerza. “Sufrir es preciso; la literatura es superflua”, asegura Krabbé.

Inevitablemente, en Los Ports entramos en esa fase kafkiana en la que deseas que todo termine pero que nada acabe. Cucharada a cucharada, entre todos apuramos el enorme puchero de este suculento potaje de paisajes que ahora se me antoja como un milhojas invertido. Las últimas capas del pastel son horizontales: olivares, mandarinos, arrozales y un mar que se prolonga hasta el infinito. En el arenal soy capaz de ver huellas borradas hace mucho tiempo. Me sumerjo, pero floto.

La línea de meta se encuentra mil metros más allá. Me esperan con un hurra, tres abrazos y un dulce lote de verdadero amor por las cosas bien hechas.

Byung-Chul Han tenía razón: "El tiempo de la fiesta es imperecedero". En la noche del cuarto día nos juntamos una veintena, entre participantes y organizadores, alrededor de una gran paella de pescado. Igual que hace 9 años, reina el buen humor, llueven las anécdotas y, sobre todo, se respira una relajada y noble camaradería.

Brindamos. Yo, por los que no han podido venir, pero siempre estarán aquí. El año que viene la CAT700 recorrerá nuevos parajes. Allí estaremos, creando nuevos recuerdos. El itinerario original de la CAT700 ya es legado.

Hoy, primer día de otoño, toca engrasar la bicicleta. El tiempo vuela. Mañana saldré.

6 Responses

  1. Joel
    | Responder

    Quin espectacle llegir-te! Ja li he passat al staff segur que els encanta. Una abraçada!

    • conunparderuedas
      | Responder

      moltes gràcies, Joel!!! amb moltes ganes de baixar a fer una ruta gravelera amb temps per la vostra zona 🙂

  2. Malena Suris
    | Responder

    Sergi, como me ha gustado leerte. Bonita experiencia pero que dura !
    Enhorabuena !!

    • conunparderuedas
      | Responder

      muchas gracias, Malena, qué paciencia la tuya 🙂 nos vemos en los caminos!!! (espero que pronto)

  3. Franc Roig
    | Responder

    Què gran la referència a Krabbé!!! “No son corredores. El vacío de esas vidas me turba”. Què
    Has pensat mai a fer una entrada al blog amb els llibres de ciclisme que més t’han impactat?

    • conunparderuedas
      | Responder

      Moltes gràcies, Franc!
      Sí, nos gustaría tener una sección de libros sobre ciclismo, está en la lista de proyectos 🤗
      Nos vemos pedaleando!!!
      Aquí ya recuperando la sanadora costumbre de salir en bici “para nada” 😉

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